miércoles, 28 de agosto de 2013

POR SEVILLANAS

Procesión del Corpus Christi en Sevilla
Le sobraba razón a César Cadaval, el gordito de Los Morancos, cuando escribió aquella canción que dice: Sevilla tiene un color especial…”. Y un aroma, también especial, añadiría yo. Otra cosa.

Uno llega aquí, con suficiente antelación, en vísperas del Corpus Christie y advierte con regocijo, al fin y al cabo cristiano viejo, que la ciudad, a varias fechas vista, ya se está engalanando para festejar al Santísimo Sacramento del Altar, al Amor de los Amores.

En la página religiosa de ABC hispalense se anuncian, por lo menos en diez iglesias, solemnes triduos, orador sagrado incluido, preparatorios de la solemne festividad que se avecina. Por muy laicos que sean sus gobernantes, Sevilla sigue siendo Sevilla en cuanto a religiosidad. En la Plaza de San Francisco, espaldas del Ayuntamiento, ya se levanta un arco monumental bajo el que ha de pasar la Custodia.

Coincide otro acontecimiento estos días. El Señor de Sevilla, es decir, Jesús del Gran Poder, ha abandonado por unos meses, debido a unas obras, la Iglesia de San Lorenzo y se ha trasladado a la capillita de un convento, la de Santa Rosalía. Me lo comentan, en la terraza de la cafetería del Hotel Bécquer, dos banderilleros de prestigio: Rafaelito Torres, al que uno vió tantas veces en la cuadrilla del llorado Paquirri, y Curro Puya, descendiente de aquel Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, conocido también como Curro Puya, que perdió la vida ante un toro de Graciliano en el año 1931, en la vieja Plaza de Toros de Madrid.

Curro Puya "Gitanillo de Triana
Aquel que toreaba tan despacio de capa que D. Gregorio Corrochano le preguntaba en una crónica: “Dime Curro, ¿es que se te para el corazón cuando toreas?”. Y sobrino, también, de Rafael Vega de los Reyes, el que abría cartel en Linares aquel 28 de Agosto fatídico y que tenía un estilo cien por cien trianero. Porque, no lo dudéis, hay una escuela trianera, como la hay rondeña y como la hay sevillana. Es más, por un misterio que no he podido descifrar y aunque tan solo los separa el río, en Triana se torea de modo distinto que en Sevilla.

Pues bien, Rafael Torres y este Curro Puya, en la actualidad asesor del palco presidencial de la Maestranza y antes, mucho antes, banderillero en la cuadrilla de Antonio Ordóñez, me dicen que en la capilla, tan chica, da más gusto ver al Gran Poder, porque lo tienes casi al alcance de la mano, más cerquita.

Me lo corrobora otro gran torero de plata, Andrés Luque Gago. Mi tocayo ha bajado desde su domicilio de Valencina, a charlar un rato conmigo. Y aquí estamos, en la calle Reyes Católicos, muy cerca del Puente de Triana. Ahí mismo, en la acera de enfrente, en el número tres, vivía Ricardo Torres “Bombita”, el torero de la eterna sonrisa, como le llamaban los cronistas de la época. El que, junto a Machaquito, ocupa esos años de sede vacante que va desde la retirada de Rafael Guerra “Guerrita” hasta la aparición explosiva de Joselito y Belmonte. Andrés ha estado estos días en la feria de Osuna, ciudad donde tiene un hijo Juez y me habla y no acaba de un chaval, reciente matador de toros, que ha visto allí y que se llama Daniel Luque. Habrá que verlo.
Luque Gago

Andrés es un hombre de inquietudes literarias y quiere verter en un libro las experiencias vividas a lo largo de sesenta años en el mundo del toro. Muy joven, de novillero incipiente, tuvo la suerte de alternar en tentaderos, allá por los años cincuenta, con Rafael “El Gallo”, con Juan Belmonte, con Manuel Jiménez “Chicuelo”, el torero nacido en la calle Betis y criado en la Alameda de Hércules, el impulsor de la escuela sevillana. Pura filigrana su toreo.

Luego, mi amigo, cuando no vió claro lo de hacerse matador, cambió la muleta por el capote de brega y las banderillas y fue un importantísimo peón en las cuadrillas de Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Paquirri… Con un torero que era punto y aparte, Rafael de Paula, terminó su carrera en los ruedos. Luego, apoderó al enigmático gitano de Jerez.

Hombre muy preparado, de verbo fácil, es muy solicitado para dar conferencias y en nuestro Club Taurino de Murcia ya dio buena prueba de ello y, quizás, cuando se publiquen estas letras, habrá honrado otra vez nuestros Martes Taurinos.

Luque Gago toreando
Hay que ver al Vito. Estamos citados con el viejo amigo en el Portón, en la calle General Polavieja, casi al costado del Ayuntamiento, que allí es donde Julio, Pérez Herrera, ese pozo sin fondo de sabiduría taurina y de la otra, ha sentado sus reales. “Es que aquí se está muy bien, mi arma, tomando el solecito y mirando a la Giralda”. Y allí está todos los días, campaneando las doce. Ya no para en El Cairo, en cuya acera, según el magistral artículo que Antonio Burgos escribió este invierno en el ABC, impartía sus lecciones de buenos andares y buenos modales hasta el punto del genial escritor propuso la creación de la Academia Sevillana de los Buenos Modales y, naturalmente, al Vito como académico. Pero éste sigue yendo por la calle de una manera que está pidiendo un pasodoble, como el que suena en su móvil y que no es otro que el que compusiera el maestro Lope en el año 1905 en honor de su padre, también matador de toros y luego banderillero a las órdenes de Juan Belmonte.

Los 82 años del Vito no se ven por ningún lado. Ni una arruga en el rostro, ni mucho menos, en su impecable traje, siempre con la sonrisa franca para el amigo y el piropo de buena ley, oportuno, para la mujer guapa que pase por su lado.

Hoy mismo ha entablado conversación, no se cómo, con una linda holandesita que se ha sentado a su lado, en el Bar, con la intención de oír conversaciones en español y que así, se le fuera pegando el idioma.  Julio se ha presentado como torero (es lo primero que dice cada vez que conoce a alguien:”mire usted, yo soy torero”) y como sorprendiera alguna mirada maliciosa de los amigos que por allí pasaban les decía en voz alta: “Eh, que es mi nieta”.
Luque Gago,  Nicolás Salas, La Consejera de Cultura,
 EL VITO y Ortega Cano

Este invierno el teléfono me despertó a hora temprana. Mi hijo me decía que el Vito había ingresado en el Hospital de San Juan de Dios, en Bormujos. Una caída en su domicilio, con fractura de cadera. Me alarmé, pero nada. Tras una pronta intervención quirúrgica y una eficaz y constante rehabilitación Julio volvió a ser el de siempre, en un tiempo record. Tan agradecido está a Marisol, la fisioterapeuta, que al otro día se presentó en la Sala de Rehabilitación del Hospital, pidió silencio y así les habló a los enfermos que allí estaban haciendo sus ejercicios:”Señores, hace dos meses entré yo en este lugar mucho peor que ustedes, pero hice todo lo que me mandó esta señorita y fíjense cómo estoy”. Y levantó los brazos como si fuera a poner un par de banderillas. “Obedezcan a Marisol y se pondrán bien muy pronto”. Sonó una ovación y saludó como si estuviera en La Maestranza.

Con Fernando Ostos, otro contertulio, recuerdo tantas y tantas tardes de su hermano Jaime. Con Pepe Ibáñez, novillero en la década de los setenta, comento la cantidad de avisos que hoy reciben los toreros y se quedan como si nada. Y me dice: “Fíjate, la última vez que toreé en Sevilla me dieron un aviso y de la vergüenza que me dio estuve tres días sin salir a la calle. Y me quité del toreo”.

Pasa por allí Victoriano de la Serna y recordamos su toreo de capa, que aprendió de su padre, el genial Victoriano de los años treinta que bajaba las manos de modo increíble. “Desde una distancia de muchos metros ya traía al toro metido en el capote”, me dice.
El Vito me acompaña hasta la parada de taxis de la Plaza Nueva. Como es de natural algo coqueto se me adelanta unos pasos, para que lo vea andar, a la vez que me pregunta:”¿Se me nota lo de la fractura?”. “No, Julio, que estás para reaparecer ya mismo”.

El Vito recibiendo un homenaje
El Jueves del Corpus amanece luminoso, radiante, como debe ser. Toda Sevilla está en la calle con sus mejores galas, para honrar a Jesús Sacramentado. El romero que alfombra el suelo, por donde ha de pasar la Custodia, llena el ambiente de un aroma especial. El baile angelical, delicado, de los “Seises” atrae la atención de todos.

Y a la tarde los toros. Los alrededores de la Plaza son un hervidero. Media hora antes de empezar el festejo Su Majestad el Rey Juan Carlos I inaugura el monumento que Sevilla le ha erigido a su Augusta Madre doña María de las Mercedes, situado delante del palacio de los Maestrantes, a muy pocos metros de la Puerta del Príncipe.

Es el día ilusionado de la alternativa de Oliva Soto, un gitanito de Camas. Curro Díaz, un artista de Linares, va a ser el padrino y de testigo oficiará el malagueño Salvador Vega. Abre plaza un rejoneador que viene apretando lo suyo, Diego Ventura.
Inauguración del monumento a
Dª María de las Mercedes, madre del Rey

Ambiente de fiesta grande, en la calle Adriano el saludo cordial de Sebastián Cortés, director de la Escuela Taurina de Albacete, que viene, ex profeso, a la alternativa del hermano de raza. Alfonso Ordóñez Araujo, hijo de aquel que “era de Ronda y se llamaba Cayetano”, hermano del inmenso Antonio, y uno de los grandes hombres de plata que he visto en los ruedos, acude a la puerta por la que sabe que tengo que acceder a mi abono a darme un abrazo. Un amigo de los que te sientes orgulloso de haber conocido. Gran persona.

Y al tendido. Instantes después aparece Su Majestad. Le acompaña la Infanta Elena, elegantísima, luciendo la mantilla española. El Himno Nacional nos pone a todos un nudo en la garganta.

Alfonso Ordóñez
Poco después el cerrojo de la puerta de cuadrillas suena como un trallazo y, simultáneamente suenan los compases de “Plaza de la Maestranza”, el pasodoble que siempre acompaña el, paseíllo en este ruedo. Un escalofrío me recorre el cuerpo mientras estos hombres, vestidos de luces, cruzan el ruedo con sus sueños de Gloria a cuestas. Que Dios reparta suerte.

P.D. Naturalmente, también pasé por el Donald, donde siempre te encuentras con la afectuosidad de Mariano, de Manolo Sosa y de todos los empleados, amén de sus riquísimas viandas. Por allí andaba César Rincón y esposa, que lidiaba al día siguiente, 18 de Mayo, sus novillos del Torreón en la Maestranza.

No volví. ¿Qué me ocurrió?. ¿Qué se me quebró dentro del ánimo?. ¡Casi nada!. Los recuerdos me jugaron una mala pasada. De momento, de momento, el Donald, sin Manolo González no es el mismo.

Andrés Salas Moreno
Abril-junio-2008


lunes, 26 de agosto de 2013

AHORA QUE HACE SESENTA AÑOS

(confesiones de un manoletista)
Sesenta años ya de aquella mañana en que a temprana hora se me coló por la ventana entreabierta de la habitación, despertándome, la voz chillona del vendedor de periódicos pregonando “Información de Alicante, con la gravísima cogida de Manolete en Linares”. Era un 29 de agosto y estaba en Torrevieja, calle de Calvo Sotelo, 3, al costado del Hotel Victoria. Acababa de cumplir quince años, pero ya me consideraba un manoletista veterano, pues desde que le vi torear por primera vez, con apenas ocho años, quedé tan deslumbrado por el toreo del cordobés que ya no pude ser otra cosa que partidario suyo.
Días antes de éste que rememoro, en las esquinas de las bien cuadriculadas calles de Torrevieja de mi niñez y adolescencia, habían aparecido, con su colorido alegre y españolísimo, los carteles de la Feria de Murcia. Dos corridas monumentales con la presencia en ambas de Manolete y Luis Miguel Dominguín, que era el Delfín, el heredero del trono que a últimos de septiembre, cuando el coloso cordobés se retirase, iba a quedar vacante. Completaban las ternas Parrita, muletero excepcional, virtuoso del pase natural y Paquito Muñoz, torero de estilo luminoso y alegre que luego no llegó a donde se merecía. Uno impaciente, contaba los días que faltaban para el 7 y 8 de Septiembre, fecha de los acontecimientos y, de pronto, aquel grito del humilde vendedor que era como un mazazo a mi espera ilusionada. No es que yo pensara en un fatal desenlace, ni mucho menos, pero la participación en las citadas corridas las suponía ya, imposibles. Mi gozo en un pozo, que se dice.
Sin embargo la triste noticia ya estaba circulando por toda España. Los periódicos nos habían llegado a tiempo de darla, pero Radio Nacional de España ya la había difundido en el diario hablado de las ocho de la mañana. Eran tiempos en los que no todo el mundo tenía radio y menos en la playa, que no era cosa de llevarse al veraneo aquellos enormes receptores de madera, casi tan grandes como el Paso de la Cena y que pesaban lo suyo. También era impensable que en la casa estival hubiese teléfono, por lo que las noticias no corrían con las prisas de ahora, en que bastan unos minutos para que te enteres de lo acontecido en cualquier lugar del Universo.
Del vecino Hotel Victoria avisaron que había una llamada telefónica para mi madre. Era mi padre dándole la noticiay, dada mi devoción por Manolete, encargándole que me lo dijeran poco a poco, con cuidado.
Cuando, al fin, tras muchos rodeos, me lo dijeron, me fui solo al Paseo de las Rocas, casi desierto a aquellas horas y allí, sin que nadie me viera rompí a llorar desconsoladamente. De nada conocía a Manolete. Solo de verlo torear a lo, largo de treinta y tantas veces. Y evoqué aquel 18 de Julio de 1940, con Domingo Ortega. Ahí arrancó mi manoletismo. Antes de ese día uno ya había oído hablar a su padre que, viajero frecuente a la Barcelona de la posguerra, había visto al cordobés en varias ocasiones y respondía a las preguntas que sobre él le hacían aficionados de la categoría de D. Juan López Ferrer, D. Angel y D. Jesús Bernal gallego, D. José Muñoz Saura o mi inolvidable Angel Belmar. Todos ellos, nada más verlo, se hicieron partidarios y seguidores del fenómeno cordobés. Era algo que te impactaba para siempre.

Y eso que el año anterior, recién terminada la contienda civil, Murcia tuvo ocasión de admirar y asombrarse con otro torero “hecho” en la llamada zona nacional. Unas tres veces hizo el paseíllo en el coso de la Condomina y las tres veces fueron tres apoteosis de orejas y rabo. Un muchacho rubio, casi imberbe, que toreaba con la gracia de los ángeles y que hizo legión de partidarios en esta ciudad. Estoy hablando de Pepe Luis Vázquez.
Cartel del 28 agosto 1947
Pero Manolete era otra cosa. Nada más verlo aparecer en la puerta de cuadrillas te dabas cuenta de que estabas ante un ser especial, que irradiaba una personalidad, una majestad fuera de lo normal. Y todo eso sin afectación, con naturalidad.
Aquella mañana del 29 de agosto, en la soledad y con el fondo del sonido monocorde de las olas, fui evocando tantas y tantas faenas que, en su momento, me llenaron de felicidad taurina: aquellas tardes de las hogueras alicantinas de 1942, cuando el crítico K-Hito, director del “Dígame”, lo bautizó con el sobrenombre de “Monstruo”. Aquel mano a mano con Pedro barrera en Caravaca, aquellas tardes de la Feria murciana del 45 con Arruza, el mano a mano con éste en Hellín, unos días más tarde… Así hasta llegar a la última vez que le ví. Justo dos meses antes, el 29 de Junio, festividad de San Pedro, día taurinísimo, en aquellos tiempos, en la ciudad de Alicante.
Manolete no se había vestido de luces el año anterior, excepto en la corrida de Beneficencia, que siempre toreaba completamente gratis. Durante aquel año se especuló con la posibilidad de que, cuando terminara su campaña mejicana del invierno 1946-47, no torearía más. Su fortuna, ganada a fuerza de jugarse la vida, era considerable y, por otro lado, los públicos, que siempre quieren derribar a sus ídolos después de encumbrarlos, le exigían lo imposible. Mi fraternal Jaime Marco “El Choni”, que con él pasó aquel invierno en la capital azteca, me contaba que el cordobés le dijo más de una vez: “Jaime, me voy, ya estoy harto de que si no corto orejas, aunque esté bien, me chillen sin piedad”.
El fotógrafo CANO fue el único que plasmó la gran tagedia
El caso es que, a principios de temporada, quizá, cediendo a una muy tentadora oferta económica, se anuncia que va a torear un número limitado de corridas, no más de treinta. Empieza el 22 de Junio en Barcelona y, tras actuar en Badajoz y Segovia, lo hace en Alicante la citada tarde del veintinueve. Allá nos trasladamos en aquellos autobuses que para la, ocasión salían de la Plaza de las Flores. Gitanillo de Triana, Manolete y Parrita con seis toros del Conde de la Corte. El llenazo absoluto, la expectación desbordante, la hostilidad latente, pronta a convertirse en bronca a la más mínima ocasión, porque las entradas eran caras y ello llevaba consigo que el torero tenía la ocasión de triunfar a costa de lo que fuera. Aún de la propia vida.
Así sucedió aquel día, cuando el quinto toro de la tarde, cambiado el tercio de varas por el presidente, con evidente prisa, llegó muy entero a la muleta. Cuatro doblones magistrales (guante de seda en mano de hierro) lo dejaron en punto y a punto. Y luego la maravilla de aquellos derechazos, de aquellos naturales dentro de un terreno que nadie osó pisar. Y el volapié perfecto. Cuando paseaba el ruedo, con los máximos trofeos, entre una lluvia de sombreros, los mismos que le echaban en cara el precio de las entradas, arrojaron a sus pies más de una cartea llena de dinero como diciéndole: “Eres barato, mereces más”. Él las cogía, las miraba sorprendido y las devolvía sonriendo. Mi padre, sin predecir ni mucho menos lo que ocurriría después, me comentó: “Esto no puede seguir así. Lo que se le pide a este hombre cada tarde, es humanamente imposible.”
Dos meses después Linares. Quizás las mismas circunstancias. Expectación desbordante, hostilidad manifiesta por el precio de las entradas, un miura difícil al que había que desorejar como fuera, al que le saca una faena inverosímil y el volapié lento, lento… para morir matando, para demostrar que era el mejor de todos los tiempos. En toda la Historia del Toreo no ha habido una muerte tan gloriosa.
Sesenta años ya y su recuerdo está más vivo cada día. Los héroes nunca mueren.
Dr.D. Andrés Salas Moreno

Julio-septiembre 2007

domingo, 25 de agosto de 2013

HISTORIA DE OTROS TIEMPOS

   
José Redondo "El Chiclanero"
 Corría el mes de Junio del año 1.881 cuando el “Diario de Murcia” anunciaba una corrida extraordinaria para el día 16, festividad del Corpus Christi, a celebrar en la vieja Plaza de San Agustín, la que fue inaugurada en 1.851 por las cuadrillas de José Redondo “Chiclanero” y Juan Jiménez “Morenillo” y que ocupaba el mismo lugar, como sabéis, en que hoy se levanta el edificio de la ONCE. ¡Ah, se me olvidaba decir que los toros fueron de Veragua y Torre da Sauri!.
     La nota de prensa decía así: “La empresa que ha subarrendado la plaza, no tiene otro objeto, al ofrecer esta corrida, que proporcionar al público que favorece estos espectáculos, uno que no desmerezca de las que la Sociedad Taurina viene ofreciendo en las de feria. A este objeto ha contratado al simpático diestro murciano Juan Ruiz “Lagartija” y al hermano del célebre Frascuelo, que con sus correspondientes cuadrillas lidiaran seis bravos toros de la acreditada ganadería de D. Higinio Flores, de Peñascosa de la Sierra, que tan buen juego dieron en las vecinas plazas de Caravaca y Orihuela recientemente”.
     El susodicho periódico añadía que la corrida empezaría a las cuatro treinta de la tarde y que las puertas de la plaza se abrirían a la una y que el despacho de localidades estaría abierto en la plaza de Santa Isabel, nº 15, reservándose hasta el día 10 las de los señores abonados a las corridas de feria. A partir de entonces las no retiradas serían puestas a la venta.
    
Juan Jiménez "El Morenillo"
La corrida en cuestión, no fue precisamente un éxito económico que digamos pues de las siete mil quinientas localidades que tenía la plaza solo se ocuparon la mitad.
     El cronista se lamenta que los que se arriesgan a ser empresarios en esta ciudad tienen siempre el noventa por ciento de probabilidades de perder, el ocho por ciento de salir en paz y un dos en ganar algo, no mucho. Y termina diciendo: “Es necesario ser de esa casta de hombres a quienes las ratas le paren conejos para echarse unos duros en el bolsillo con el negocio de los toros”. No obstante la floja entrada, los palcos si estuvieron ocupados por conocidas gentes de Murcia y salpicados de encantadoras murcianas.
     El cronista relata detalladamente que el palco presidencial estaba ocupado por el gobernador civil interino, D. Rufino Martínez de Eguilaz, el teniente-alcalde D. José Illán y el coronel de la Guardia Civil Sr. Rivera.
Frascuelo II
     Hasta la llave del toril fue recogida en el aire por el garboso jinete que llevaba, con mano experta, una graciosa jaca.
     El primer espada, Francisco Sánchez Povedano “Frascuelo II” por lo visto se hizo torero a la sombra de su famoso hermano, el que sostuvo una competencia con Lagartijo durante 25 años, pero por los resultados tenemos la certeza que se le parecía bien poco. En esta corrida en que nos ocupamos su actuación fue muy mediana e incontables los pinchazos y descabellos que necesitó para finiquitar a sus enemigos.
     No le ocurrió lo mismo a “Lagartija” pues fue muy ovacionado en sus toros e hizo quites lucidísimos y temerarios hasta el punto que, al remate de uno de ellos, se acostó delante de la res como si fuese a dormir la siesta, a la vez que le ponía la montera sobre el testuz. Todo esto provocó el delirio de la multitud que llenó el ruedo de sombreros hongos, abanicos y cigarros habanos.
     El ganado de Higinio Flores hizo buena pelea con los montados pues mandó a la enfermería a tres picadores y 18 caballos al otro mundo. Por haber, hasta hubo un toro saltarín, el quinto, que saltó la barrera tres veces durante el tercio de banderillas, entre par y par.
  
Juan Ruiz "Lagartija"
   Y esto es lo que dio de sí la corrida del Corpus, en aquella Murcia, con faroles de gas, tan lejana y tan distinta.
     En ese día la prensa anunciaba las excelencias de las Píldoras de Lourdes, muy buenas como purgante y depurativo y que se vendían al precio de seis reales en las principales farmacias de la localidad. También, que se habían recibido tinturas francesas para el cabello y la barba. Las hay para el cabello negro, castaño y rubio dorado a precios muy convenientes. Se venden en el establecimiento de Platería, 24. La Óptica Dubois notificaba que había recibido de París gemelos especiales para el teatro, en su local de Trapería 36, frente al Café Oriental.
     Al leer esto último uno recuerda, de muy niño, que dicho café estuvo abierto hasta los años cuarenta del siglo pasado y que por las tardes actuaba una orquestina con vocalista incluida. Es más, la primera vez que Antonio Machín actuó en Murcia fue en este local. Lo que, más o menos, tengan la edad que yo recordarán lo que digo.

     Aquel año de 1.881 la Feria de Septiembre fue rumbosa en cuanto al cartel de toros y toreros, pero esto ya lo contaremos en el próximo Decano. Si Dios quiere y si vosotros tenéis la paciencia de leer.

Andrés Salas Moreno
abril 2010

DE CUANDO SE PUSIERON DE MODA LAS CORRIDAS GOYESCAS

   
GOYA, de Vicente López
  Pues señor, que corría el año 1929 y acababa de cumplirse el centenario de la muerte en Burdeos (Francia) del pintor Francisco de Goya y Lucientes, aragonés de pro, nacido en Fuendetodos (Zaragoza) en 1746, cuando un avispado empresario cayó en la idea de homenajear al genial artista maño con la celebración de corridas de toros en las que el vestuario de los toreros, el adorno de los cosos, el “atrezzo”, en suma, recordara la época del homenajeado.
  
Llapisera, Charlot y el botones  Colomer
   El empresario no era otro que Eduardo Pagés, el fundador de la empresa Pagés, que aún subsiste en manos de sus herederos y que, actualmente rigen los destinos de la maestranza sevillana. Fue un singular personaje que irrumpió en el Planeta de los Toros apoderando a aquella cuadrilla cómica que formaban Llapisera, Charlot y sus botones, auténticos creadores de las charlotadas, verdaderos pioneros de esta especialidad taurina que tanto auge tuvo hasta que las leyes “humanitarias” casi los cercenaron. Pagés los llevó admirablemente, hasta el punto que no había feria en que no actuaran para regocijo de grandes y chicos, que así, poco a poco, se acostumbraban a ir a una plaza de toros.
     Pronto derivó D. Eduardo a labores más importantes. Enseguida se hizo empresario y, en 1925 logró sacar de su retiro de cuatro años a Juan Belmonte firmándole una exclusiva de cuarenta corridas por un total de un millón de pesetas (veinticinco mil por tarde), cifra astronómica para aquellos tiempos.
    
Juan Belmonte
Pero volvamos a las corridas goyescas. El emprendedor empresario entre las muchas plazas que regentó estuvo la de Murcia, cuya feria de 1929 organizó, y para darle mayor atractivo a la programación quiso que aquí se celebrara una corrida goyesca, que fue de las primeras que se dieron. Así, para el domingo 15 de septiembre se anunciaron ocho toros de Lamamié de Clairac para Marcial, Lalanda, Nicanor Villalta, Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma” y Félix Rodríguez.
     A bombo y platillo se anunció que la plaza estaría adornada con tapices traídos exprofesamente de la Real Fábrica,, que habría, antes del paseíllo, desfile de calesas con majas y chisperos, así que el público entusiasmado abarrotó gradas y tendidos, seguros de que iban a presenciar un gran acontecimiento.
      Pero, ¡ay!, que del dicho al hecho va mucho trecho. Tanto es así que la crónica de “El Liberal”, que firmaba D. Diquela, se titulaba “Los frescos de Goya”, y no se refería precisamente a las maravillosas pinturas que adornan los techos de algunas iglesias decoradas por el inmortal pintor, sino a la frescura de que hicieron gala los organizadores del
Niño de la Palma
evento pues, por lo visto, tanto el adorno de la Plaza como el desfile de majas y chisperos fue una auténtica mamarrachada, como mamarrachada fue, también, la corrida que enviaron los señores Lamamié de Clairac, mansa, esmirriada y con unos cuernos que parecían platanitos. Por si fuera poco Marcial Lalanda estuvo abúlico. Nicanor Villalta tampoco tuvo su día y dos artistas tan grandes como “El Niño de la Palma”, patriarca de la dinastía Ordóñez, y Félix Rodrígueza, el santanderino-valenciano no se sintieron inspirados. El crítico termina diciendo que demasiado bueno fue el público que permitió que los toreros abandonaran el ruedo tranquilamente, cuando lo lógico hubiese sido que, para defenderse de las iras a que se hicieron acreedores, les hubiese tenido que custodiar la guardia civil. En fin, como tantas veces ocurre: A mayor expectación, mayor decepción.
     Menos mal que no todo fue malo, pues el domingo anterior, el clásico 8 de septiembre de toda la vida, se lidiaron toros de Concha y Sierra para Fortuna, que sustituía a Antonio Márquez, Antonio Posada (tío del actual ex matador y crítico taurino) y Manolito Bienvenida, alternativado unos meses antes en Zaragoza, y que se presentaba en nuestra ciudad como matador de toros.
Alternativa de Manolito
Bienvenida, 30 junio 1929
     Al decir de los cronistas, el ganado estuvo magníficamente presentado e hizo una gran pelea en varas. Fortuna y Posada agradaron a la afición y el primogénito del Papa Negro, con 17 años recién cumplidos, armó un alboroto, cortando orejas y rabos y evidenciando que estaba destinado a ser máxima figura del toreo. ¡Lástima que una traidora enfermedad (un linfoma de Hodking) nos lo arrebatara en 1938, en San Sebastián (donde a la sazón vivían), cuando apenas contaba 26 años. ¿A dónde hubiera llegado?. Cuando, de niño, yo le preguntaba a mi buen padre cómo era este  torero, me respondía: “Imagínate la sabiduría y el poderío de Pepe Bienvenida y la finura de Antonio. Todo eso, junto, era Manolo Bienvenida”.
  
Rafaelito Bienvenida
   Para el lunes, día 9, se programó una interesantísima novillada. Cuatro utreros de Manolo Santamaría para Pepito Bienvenida (entonces así se anunciaba el gran Pepote) y Alfredito Corrochano, hijo de D. Gregorio, la mejor pluma taurina que uno ha leído. Cerraba el festejo dos erales de la misma ganadería para Rafaelito Bienvenida, un niño entonces de 12 años, que poseía, también, toda la gracia de esta gloriosa dinastía. Este Rafelito, unos años más tarde, en marzo de 1933, fue asesinado por su apoderado por motivos muy oscuros. Precisamente el triste suceso tuvo lugar en Sevilla, donde vivía la familia Bienvenida, en un piso encima de la Punta de Diamante, popular cafetería, situada en la Avenida de la Constitución, esquina a calle Alemanes, donde está el palacio de los Naranjos de la catedral hispalense. La novillada fue un puro deleite para los que tuvieron la suerte de presenciarla.
Y esta es la historia.
Andrés Salas Moreno
Julio de 2009


miércoles, 21 de agosto de 2013

HISTORIAS DE OTROS TIEMPOS

Reverte y su cuadrilla en Jerez de la Frontera en 1898
     En todas las épocas, las máximas figuras del toreo han pretendido imponer su ley e ir más cómodos en cuanto a ganado y compañeros se refiere. Quizá el mismo protagonista ni se entere de ello y sea cosa de la oficiosidad de los apoderados el querer despejar el camino de cualquier cosa que suponga un obstáculo. Rafael Guerra “Guerrita”, una de las mayores cumbres del toreo del siglo XIX, le mataba al Marqués de Saltillo las camadas enteras e utreros y, ya retirado, decía:” Si me dejan los dejo mochos a todos”. El fue el primero que le dijo a los picadores: “Déjalo que enganche, déjalo que romanee”, es decir, que además de con el puyazo, el toro se quebrantara también con el peso del caballo sobre el testuz. Pero el mayor abuso del Guerra, la demostración de su tiranía, es que no admitía el sorteo con los compañeros.
Desde el campo ya venían reseñados para él los toros de mejor nota. Eran, pues, los ganaderos los que decían en qué orden habían de salir de toriles. Pero hete aquí que un torero de leyenda, Antonio Jiménez “Reverte”, aquel que andaba en coplas que decían:
                                             La novia de Reverte
                                             Tiene un pañuelo
                                             Con cuatro picadores
                                             Reverte en medio.
                                             ¡Qué maravilla!
                                             Y un letrero que dice
                                             ¡Viva Sevilla!.   
                          
  
Antonio Reverte, La Lidia 1892-Novbre-21
   Y otro torero, D. Luis Mazzantini, hombre singular que vestía levita y chistera cuando todos los coletudos iban con chaquetilla corta y sombrero cordobés, le plantaron cara al todopoderoso Guerra negándose a torear si no había sorteo. No cejaba Guerrita, muy pagado de su primacía, hasta que un día, en la puerta de cuadrillas le dijo Reverte: “Maestro, esta tarde va a matar los tres toros bonitos que vienen para usted y los tres feos que vienen para mí, porque me voy a dejar coger en el primero”. “Qé dices”. “Lo que usted oye”. Y se dejó coger y tuvo que matar Rafael los seis toros.
     No es que D. Luis Mazzantini llegara a esos extremos, pero puestas así las cosas no tuvo más remedio el cordobés que ceder y ya se implantó el sorteo definitivamente. Pero el mal ya estaba hecho y estos abusos se volvieron contra el Guerra mostrándose los públicos muy intransigentes con él. Sobre todo los madrileños que le llevaron a proferir su famosa frase: “En Madrid que “atoree” S. Isidro” con lo que, al decir de Corrochano, metió irreverentemente al Santo Labrador en el abono de Madrid. 
     Y ya que hemos citado a D. Luis Mazzantini, digamos unas palabras de él. Nacido en un pueblo de S. Sebastián, Eibar, y criado en Italia volvió a España cuando tenía 15 años formando parte, en calidad de paje, del séquito del Rey Amadeo de Saboya. Más adelante opositó al cuerpo de ferrocarriles y estando de Jefe de Estación en un pueblo de Toledo se organizó una becerrada gremial, que por aquel entonces eran muy frecuentes. Medio en serio, medio en broma, salió el buen hombre a torear y, a la hora de matar, le propinó una soberbia estocada al becerrote, lo que le supuso un gran éxito.
     Aquello hizo mella en su ánimo. Encontró muy fácil lo de manejar la espada, cualidad que en aquella época bastaba para que un torero pudiera funcionar y pensó que si se dedicaba al toro, indudablemente, ganaría más dinero que dándole salida a los trenes. Así que, ni corto ni perezoso, se lanzó a los ruedos.
La elegancia de Mazzantini
     Tras una rápida carrera de novillero tomó la alternativa, en Sevilla, el domingo de resurrección del año 1.884. Cuentan que la noche antes se paseó por la calle Sierpes vestido como en él era habitual, de levita y chistera, ante la mirada guasona de los sevillanos que no daban crédito a lo que veían. En aquellos tiempos de flamenquería resultaba un ejemplar muy raro.
     Pero al día siguiente, cuando vieron como mataba a sus toros de sendos volapiés hasta la bola, sin desmerecer para nada de las que en la misma corrida dio Frascuelo, padrino de la alternativa, se acercaban al eibarrés para decirle: “Chóquela amigo, que es usted un tío”.
     Naturalmente, hombre de educación exquisita y de gran cultura, se despegaba mucho de sus compañeros que le miraban como si fuera un extraterrestre. Sin embargo tuvieron que rendirse a su amistad. Más instruido que ellos, los aconsejó mucho y bien a la hora de firmar contratos pues, incultos por lo general, a veces se aprovechaban de ello algún empresario que otro. 
     Para prueba de su educación y de la falta de ella de sus colegas, ahí va un ejemplo. Actuando con el Guerra obtuvo éste un triunfo clamoroso. Al siguiente toro, al ir a coger los trastos de matar, le dice D. Luis al cordobés con toda amabilidad: “Rafael ¿sería usted tan amable de dejarme la muleta con la que ha toreado a su toro, a ver si soy capaz de hacer lo mismo?”. “Bueno, dijo Guerrita, tómela usted, pero lo que yo he hecho no es usted capaz de hacerlo aunque se acueste en la cama de Lagartijo”.
     Mazzantini, una vez retirado, se dedicó a la política llegando a ser Gobernador Civil de Guadalajara.
     Cuenta César Jalón “Clarito” en sus memorias, que estando con D. Luis en una cafetería, vieron pasar a Joaquín Menchero “El Alfombrista” así llamado por el negocio que tenía en la madrileña Carrera de San Jerónimo y que era un aficionado grandioso, íntimo amigo de Joselito y, más que eso, como un segundo padre, cuando comentó Mazzantini: “Ahí va El Alfombrista, tan serio, tan formal. ¡Si usted lo hubiera conocido en sus años mozos…!. Era el tormento de los toreros con aquel vozarrón, protestando en el tendido ante el menor fallo que teníamos. Recuerdo que una tarde, en quites, me dio el toro un revolcón, rompiéndome la taleguilla por la parte posterior. Entonces era un deshonor mirarse una a ver si iba herido. Como tocaban a banderillas y yo tenía que estar detrás del banderillero me dije: “Como la gente está distraída con el banderillero ahora me toco a ver si estoy herido”. Así que empiezo a bajar la mano con disimulo y cuando ésta llegaba a donde la espalda pierde su nombre suena en la Plaza el vozarrón de D. Joaquín diciendo: “D. Luis. ¿Quiere usted papel higiénico?”.
Guerrita
     Volvamos al Guerra. Cuando se retira del toreo en la Feria del Pilar del año 1.899 dice su famosa frase: “Después de mí… “naide” y después de “naide”…Fuentes”. Es, pues, la generación de los “naide”, que perviven en el toreo hasta el advenimiento de Joselito y Belmonte. Las cabezas visibles, en estas temporadas son Bombita y Machaquito, que reunían todas las condiciones para entrar en competencia por lo opuesto de sus estilos. Muy fino, muy dominador Ricardo y de un valor espeluznante Rafael, fenomenal estoqueador que inspiró a Mariano Benlliure su famosa obra escultórica “La estocada de la tarde” y hombre que se dejaba la pechera de la camisa en los pitones en ese trágico cruce con la muleta en el momento cumbre de entrar a matar.                
     Pero las competencias las tiene que hacer el público, no los despachos. Veían torear con mucho agrado a la pareja, pero sin tomar partido por ninguno.
     Como eran los que más toreaban, eran, también, los que más corridas de Miura mataban, ya que estos toros eran imprescindibles en todas las ferias de postín y las figuras tenían el ineludible deber de torearlos. (Como veis, los tiempos han cambiado un poco). La ganadería de D. Eduardo tenía un cartel enorme casi desde su fundación en 1.842, basado sobre todo en su fiereza y en haber vestido de luto varias familias.
Ricardo Torres Bombita
     Sucedió entonces, que los matadores, capitaneados por Bomba y Machaco firmaron un escrito dirigido a las Empresas en el que manifestaban que como los toros de Miura daban el doble de trabajo que los demás, cuando se torease ganado de esa divisa los honorarios debían de ser más elevados. Empresa, ganadero y público pusieron el grito en el cielo, dando origen al llamado “Pleito de los Miuras”. A pesar de que en el escrito se hacía saber que ese superávit no era para beneficio propio sino para incrementar los fondos de la fundación que ya le bullía en la cabeza a Ricardo Torres “Bombita”, la creación del Montepío de Toreros, el sevillano y el cordobés fueron castigados de modo severo no siendo contratados para el abono de Madrid y teniéndose que refugiar en provincias.
     Aprovecharon la ocasión para salir del ostracismo toreros como Vicente Pastor y, Rafael el Gallo y meter la cabeza en la temporada madrileña pues por aquel entonces no se podía ser figura del toreo sin torear en Madrid.
    
Machaquito
A los dos años de andar por provincias Bombita y Machaquita depusieron su actitud y decidieron volver al abono de Madrid. Para reconciliarse con todos decidieron reaparecer con una corrida de Miura. No se blandeó el corazón del ganadero por este gesto pues envió una corrida tan de su gusto y tan de su casa que en la brega con uno de sus toros a Bombita se le partió el tendón de Aquiles. Tenía razón el torero. Los toros de Miura daban doble de trabajo.
     En fin, otros hombres y oros tiempos.

                                                                                               
Dr.D. Andrés Salas Moreno

                                                                                                Octubre 2007

EVOCANDO A CURRO


El Gran Curro Romero

(Meditaciones en torno a un caso único en la Historia del Toreo, ahora que se cumplen seis años de su retirada)

     Dicen que Pedro Romero, cuando tenía 71 años, estoqueó un toro en honor de Fernando VII, quizás para agradecerle el que le atendiera en su demanda de dirigir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, cuya dirección ya había sido otorgada a Jerónimo José Cándido, nombramiento éste que fue anulado ante los méritos alegados por el viejo torero de Ronda. Gloriosa escuela aquella de la que salieron, entre otros, Francisco Montes “Paquiro” y Cúrro Cúchares.
    
Fco. Montes Paquiro
Dicen, y es cosa fácil de comprobar, que Lagartijo el Grande, aquel Petronio del Toreo, del que contaban que solo verle hacer el paseíllo ya valía la entrada, tomó la alternativa en la Plaza de Toros de Úbeda en el año 1.862, permaneciendo en los ruedos, siempre en primerísima figura, hasta su retirada en 1.893, es decir, treinta y dos temporadas, de las cuales veinticinco las consumió en feroz competencia con Salvador Sánchez “Frascuelo”, la más larga y real que registra la Historia del Toreo. Rivalidad en el ruedo, que en la calle, a tal extremo llegaba su amistad que Lagartijo se proclamaba el primer frascuelista a la vez que “Frascuelo” a nadie cedía el honor de ser el mayor lagartijista, con lo que acallaban a los innumerables aduladores que se acercaban a ellos con la intención de poner “verde” al rival. “¡Alto ahí!, decía Rafael, que yo soy frascuelista”. “No siga usted, amigo, argüía Salvador, que yo soy de Lagartijo”.


Lagartijo el Grande
     Tan de verdad era la amistad de ambos colosos, que cuando “Frascuelo” se sintió morir le mandó a su yerno (afamado médico de Madrid, y, por cierto, nacido en Yecla) que avisase a Lagartijo a Córdoba, donde residía. Inmediatamente marchó Rafael a Madrid llegando a tiempo de estar junto a la cabecera de su rival y amigo hasta que le sobrevino la muerte. Al día siguiente, en lugar preferente, en medio de los hijos y yernos del finado, presidió, sin poder contener las lágrimas, aquella imponente manifestación de duelo. Hermoso final de tan noble competencia.
     Esto fue en 1.899. La retirada del cordobés tuvo lugar seis años antes, dejándole el paso libre a un arrollador Rafael Guerra “Guerrita”, banderillero que fue de su cuadrilla y alumno predilecto, como cabe suponer de aquel fandango que dice:
                                             En lo alto de la sierra,
                                             Córdoba tiene un cortijo,
                                             donde le dio Lagartijo
                                             la primer lección al Guerra.
     Caso único de estar mandando en el Toreo durante tres décadas.
     Cuando estaba a punto de finalizar el siglo XX terminó su carrera, su insólita carrera (por lo larga y por las circunstancias), un hombre que ha permanecido, si no en máxima figura, que eso es otro cantar, sí en un primer plano durante cuarenta y dos temporadas.
    
Salvador S. Frascuelo
Vamos a echar marcha atrás al tiempo. Esos cuarenta y dos años yo no los podía ni imaginar cuando aquel 18 de marzo de 1.959, a eso de las cuatro de la tarde,  me encaminaba a la Plaza de Toros de Valencia. Andaba uno en los últimos meses de carrera y, seguro, la mañana la pasaría estudiando. Digo que esto sería así porque no recuerdo haber ido aquel día a presenciar las labores del sorteo, enchiqueramiento y demás etcéteras de los que solía ser testigo habitual, ni haber asistido a continuación y como un rito, a la enervante mascletá de cada mediodía de la Semana Fallera. Por la proximidad del fin de curso (junio a la vuelta de la esquina), seguro que la mañana la pasé hincando los codos para, luego, poder ir a los toros con la conciencia tranquila.
     Tomaba la alternativa aquel día un mocetón, ya talludito, de unos 25 años que debía llegar a la Feria de Sevilla con la alternativa tomada, puesto que le habían prometido dos corridas de toros. Lo apoderaba, por aquel entonces, Diego Martínez Vidal, un buen taurino cordobés. No se acostumbraba, ni es frecuente ahora, las alternativas en la feria sevillana. Sí en Domingo de Resurrección, pero aquel año ya estaba anunciada la de Mondeño con Antonio Ordóñez de padrino. Así pues, que el bueno de Diego suplicaba la alternativa para Curro Romero, que este era el nombre del novillero en cuestión. La cosa era un poco extraña, pues no se trataba de un novillero puntero, que es lo que Valencia estaba acostumbrada a doctorar. Allí habían tomado la alternativa El Choni, Parrita, Julio Pérez Vito, Julio Aparicio, Litri, Pedrés… es decir, hombres que llegaban al doctorado tras haber sido los números uno de su escalafón. No era este el caso de Curro, novillero que llevaba por ahí brujuleando desde 1.954 y que se presentó en La Maestranza en 1.957 y como de sorpresa, pues lo hizo sustituyendo a Mondeño, y sorpresa fue y de las gordas.
Cartel de la presentación en Sevilla el 26 de mayo de 1957
Y agradable, porque los sevillanos se encontraron con la horma de su zapato, dicho en el tono más cariñoso. Hacía un toreo de fantasía, sin parecido con nadie, un toreo que nacía de lo más hondo del alma. Dos orejas cortó aquel día y, por consiguiente, no tardaron en llegar cuatro repeticiones en las que ya no hubo tanto éxito, sino detalles, detallitos… como un anuncio de lo que iba a ser una constante en su carrera.
     Aquel éxito inicial, diluido en las siguientes actuaciones, hizo que su apoderado, Miguel Moreno, un hombre que adquirió cierta notoriedad porque fue el que lanzó al Chamaco de los incomprensibles triunfos de Barcelona, se desanimara y lo dejara a un taurino joven y no supo ver más allá. Quien sí lo vio fue un viejo banderillero de Domingo Ortega, Juan Robles “Blanquito”, que le habló a Diego Martínez y logró que lo apoderara.
     En 1.958 el torero de Camas no se asomó por Sevilla. Su debut en Barcelona, plaza trampolín para tantos toreros, se saldó con un novillo devuelto al corral tras sonar los tres avisos. Solo, al final de temporada, por Septiembre, torea dos novilladas en Valencia con resultado positivo. Una vuelta al ruedo en el debut y una oreja en la repetición. A trancas y barrancas suma unos treinta festejos. Diego piensa que Curro, por sus hechuras, va a lucir más con el toro, así que se deciden a correr el albur de la alternativa.
     En recuerdo de aquel Mayo del 57 consigue firmar dos corridas para la feria sevillana, que coincide con el inicio en la gerencia de un hombre que no es taurino, sino empleado de Banca y que accede a este cargo por su matrimonio con la hija de Eduardo Pagés, que le ha ganado el pleito a los maestrantes que se oponían a que, a la muerte del empresario continuaran sus herederos con la plaza. Catorce años duró el litigio. Estamos hablando de Diodoro Canorea.


Alternativa de Curro Romero

     Pero volvamos a las Fallas de Valencia. Aquel año tenían que arrancar sin el concurso de las dos máximas figuras. Antonio Ordóñez no quería empezar hasta el Domingo de Resurrección en Sevilla y Luis Miguel no solía hacerlo hasta pasado el mes de Mayo. Así las cosas las combinaciones tuvieron que hacerse a base de Gregorio Sánchez, Curro Girón, Jaime Ostos… El cartel de la alternativa lo componían pues, Gregorio Sánchez, Jaime Ostos y Curro Romero con astados del Conde La Corte. ¿Y qué ocurrió aquel día?. Nada, absolutamente nada. Escarbando mucho en la memoria puedo decir que la corrida del Conde, cosa rara, en aquel entonces, no embistió y que el toricantano solo fue aplaudido en unos lances de capa.
     Supe después que a esto le siguió un fracaso medio regular en Málaga, con dos avisos en cada toro, así que imagino que, en un jugárselo todo a una carta, hizo el paseíllo en la feria sevillana. Y allí surgió el milagro, allí es donde expresó, donde hizo realidad aquello que decía Rafael el gallo:”Torear es tener un misterio que decir… y decirlo”. ¡Y cómo lo dijo aquella tarde Curro!. Fue entonces cuando Sevilla le juró amor eterno. Y a fé que lo cumplió.
     ¿Pero dónde encajamos a este Curro?. Confieso mi impotencia para ello, porque Curro es un torero que, más que verlo lo he entrevisto. Entre otras cosas, porque en vivo y en directo no lo habré visto más de doce veces, que pocas veces se asomó el hombre por estos lares, aunque quiso el destino que su última actuación en traje de luces ocurriera en Murcia, y de esa docena de veces solo le vi cortar una oreja en Lorca hace ya unos cuantos años. El resto se hunde en la más tediosa vulgaridad, salpicada con algún detallito. Así pues, yo tenía que creerme todo lo que me contaban haciendo un acto de Fe, que Fe, según el catecismo, es creer en lo que no vimos. Fue después, cuando la Televisión se generalizó en retransmisiones y reportajes cuando me fue desvelado el misterio de aquel torero enigmático.
 
La majestuosidad de Curro
    Pero al cabo de los años, sigo preguntándome: ¿Dónde lo encajo? ¿En la línea de Rafael El gallo que, genialidad aparte, tenía unas muñecas prodigiosas para hacer el torero? ¿En la gracia inefable de Chicuelo, que le bastaba un detalle delicado, un quite, para imponerse y borrar el mal recuerdo de una tarde aciaga? ¿En el ramalazo de inspiración de un Cagancho, que en el momento menos pensado le brotaba un toreo hondo, purísimo? ¿En Pepe Luis, cuando se fundía en un milagro de gracia capote, toro y torero y los ángeles hacían palmas desde los palcos del cielo? No. Curro no viene de ningún sitio de estos. Su toreo nace y muere con él.
     Aún con ser tan personal, tan genial, el toreo de Rafael de Paula hemos visto a novilleros por ahí de los que la crítica ha dicho:”está apaulado”, pero a nadie hemos visto parecerse a Curro. Nadie ha osado imitarle, que la imitación viene de fuera y el toreo del camero nacía de dentro, del alma. Un toreo que Curro, al pasar los años fue despojando de todo lo superfluo y así, en la capa se queda con esa verónica en la que parecía detener el tiempo, ¡con lo difícil que esto es en un toro de salida!. En la muleta se queda con la majestad y hondura del ayudado, con la serenidad del derechazo, con la belleza suprema de su lento pase natural, con esa trincherilla sin igual, que es castigo enorme para el toro, pero castigo propinado con guante de seda. Y luego, como un súbito y cegador relámpago, que nadie se esperaba, ese kirikiki-¡homenaje a Rafael el Gallo!- que eras todo un monumento de GRACIA y empaque.
     Así pues, Curro tiene y no tiene de El gallo, Chicuelo, Cagancho y Pepe Luis. No tiene, porque es personal y único y, paradójicamente, tiene porque todo lo puro y bello se funde en el recuerdo.     

Pero, al cabo de los años, me siguen asaltando las dudas porque el “caso Curro” no tiene explicación así como así. Chicuelo, con ser Chicuelo, a pesar de haber aportado a La Fiesta, de un modo permanente, el toreo en redondo, a pesar de poseer una técnica equiparante con su arte, no es torero de Sevilla. Con Pepe Luis, con ser dueño de un toreo arcangélico, además de una cabeza privilegiada, los sevillanos no pierden la razón. Le admiran y mucho, pero le reprochan su abulia, no le consienten, ni de lejos, lo que, andando los años, le consentirán al camero.
Ultimo natural de Curro en la Algaba, Sevilla, el 22 de octubre del 2000.
Ese mismo día anunció su retirada definitiva del toreo
     Curro, arte a parte, carece de oficio, es más, creo que él despreciaba eso que llamamos técnica. Cuando las cosas no eran de su agrado, la inmensa mayoría de las veces, tiraba por el camino de en medio, sin decoro alguno. Por menos, a Rafael el gallo le armaban unas broncas fenomenales. “Er mitin”, que decía el Divino Calvo. Y es más, toros a los que nadie le había visto el más leve ápice de mala intención, toros en que la gente ya se relamía presintiendo que se iba a destapar el famoso tarro de las esencias, veían con estupor cómo les cortaba los viajes, tratando de viciar unas embestidas nobles para hacer creer que era un barrabás. Y Sevilla aguantando. En una de esas tardes fue cuando rompió el silencio maestrante aquella voz estentórea que dijo a voz en grito: ¡Curro, mañana va a venir a verte torear tu madre… y YO!
     No se entendía, pues, Curro, a la luz de la razón.
     Pero todo esto, esta mezcolanza de arte supremo y técnica marrullera dio lugar a un mito único, un mito en vida. Que es lo bueno, que hasta entonces los toreros se convertían en mito cuando daban la vida en la arena. Curro, afortunadamente lo es en vida y se le quiere y se le venera (y que no suene a herejía) como a un Cristo. Es más, a mi no me hubiera extrañado que en una de aquellas faenas alguien, José el de la Tomasa u otro cantaor, le cantase una saeta.
    
Monumento a Curro Romero
junto a la Mestranza de Sevilla

Pero, ¡desde cuándo es un mito, un intocable? Yo creo que cuando alcanza esa edad, en las que antes ningún torero osó vestir el traje de luces. Porque, novio de Sevilla desde joven, como en todo no viaje hubo sus más o sus menos y cuando la cosa se torcía tenían que protegerlo las Fuerzas de Orden Público y se llenaba el ruedo de almohadillas y hasta algunos sevillanos, con evidente mal gusto, le tiraron, por si era menester el rollo de papel higiénico y el consabido orinal.
     En fin, que Sevilla solo tenía romero para su Curro y cuando pintaban bastos una sonrisa de disculpa. Y un consuelo; “¡Has visto cómo venía vestío? ¡Qué arte!” El currismo es una religión. Se cree o no se cree. No analicemos.
     Y otra consideración que hará que algunos se echen las manos a la cabeza. Para torear tan despacio como él lo hacía las tardes de inspiración hay que tener VALOR con mayúsculas. Desconfiad del valor de los toreros que torean muy aprisa.
     Pero en fin, no nos metamos en honduras y vamos a dejarlo ahí, aparcado en la memoria de donde nuca se podrá borrar ese empaque, esa torería y esa forma, tan simple y bella, de entender el toreo. Y todo esto, mezclado en el recuerdo con los vencejos que sobrevuelan, al atardecer, el ruedo de la Maestranza, con la Giralda asomándose por encima del tejadillo, con la promesa de que al salir de la Plaza, por donde la Puerta del Príncipe se nos va a entrar por los ojos uno de los más gratificantes paisajes. El Guadalquivir, El Puente de Triana, la Calle Betis, las torres de Santa Ana… Y, naturalmente, un chato de manzanilla.
                                                                                            Andrés Salas Moreno.
                                                                                         Febrero 2007.