martes, 3 de septiembre de 2013

MARCIAL LALANDA, el Maestro de maestros

Marcial Lalanda y el Dr. Salas
Yo no sé si se habrán dado cuenta de la cara de satisfacción que tengo en la foto que acompaña este escrito. Me justificaré. El señor con el que estoy, ochenta y seis años a cuestas, en aquel mes de septiembre de 1989, es nada más y nada menos que Marcial Lalanda del Pino. “Marcial eres el más grande”, decía la letra del pasodoble que le escribieron en los años veinte y que aún resuena en las Plazas de Toros, poniéndole música de fondo a alguna faena. Y algo, o mucho, había de eso. Y por ello y por muchas cosas más estoy así de orgulloso de estar al lado de aquel hombre al que guardo, desde niño, una gran admiración. Y lo admiraba porque mi buen padre, que me enseñó a conocer y amar la Fiesta de los Toros, me hablaba frecuentemente de este torero, todo hombría, todo conocimiento de las reses y que fue uno de sus ídolos.

Este hombre, este SEÑOR (así, con mayúsculas) había nacido en el año 1903 en Vaciamadrid. Su padre era mayoral de una ganadería que pastaba en los Montes de Toledo, pero siendo Marcial muy niño pasó a ser encargado de los corrales (lo que hoy es Florito) de la vieja Plaza de Toros de la Carretera de Aragón, predecesora de las Ventas y que estaba situada en el mismo lugar donde hoy se asienta el Palacio de los Deportes. Es de suponer que viviendo en semejante sitio no tardaría en prenderle la afición. Y así fue, pues cuentan que a los once años ya mató su primer becerrillo y que, a partir de ese momento, ya no dejó de torear. Ocurría esto en 1914 y su carrera de becerrista duró hasta 1918. Cuando al año siguiente debuta con picadores ya es un novillero de amplia experiencia y oficio, a pesar de su juventud. Y que ya está muy definida la línea que quiere seguir. Admirador de Joselito el Gallo, el de Gelves, va a ser siempre el modelo a imitar, el espejo en que se mire.
Marcial y su famoso pase
de La Mariposa

Tres temporadas en cabeza del escalafón novilleril le llevan a una alternativa de lujo el 28 de Septiembre de 1921, en la feria sevillana de San Miguel. Juan Belmonte es el padrino y Manuel Jiménez “Chicuelo” es el testigo. Un doctorado que le coge cuajadísimo como fruto de un aprendizaje magnífico.

Desde entonces, hasta su retirada en 1942, su nombre va a ser una presencia constante en todas las ferias. Es, pues, una auténtica figura. Es, en definitiva, el eslabón que une dos épocas del toreo. La que se cierre con Joselito, resumen y compendio de todo lo que ha sido el toreo hasta entonces y la que viene después. Los años en los que los caballos iban sin peto y los años en que éste aparece. En todo ese tiempo Marcial está en primera fila y su toreo, naturalmente, se va amoldando a las circunstancias. Es torero que tiene que vérselas con Juan Belmonte cuando, tras su retirada a final de 1921, reaparece cuatro años después, impregnado ya, sin renunciar a su toreo revolucionario, de la técnica que asimiló de Joselito. Es torero que tiene que pelear con un bravo Sánchez Mejías; con artistas tan sublimes como Chicuelo, como Rafael el Gallo, como el fabuloso Curro Puya, aquel Gitanillo de Triana al que Gregorio Corrochano preguntaba: “Dime Curro ¿es que se te para el corazón cuando toreas?”, con el genio de Cagancho, siempre imprevisible, tanto que el poeta José Carlos de Luna le escribió aquellos versos que dicen:

Cagancho de las marismas
Canta lo que bien te venga
Que entre el cielo y la tierra
Alguno habrá que te entienda.

Y con Antonio Márquez, capote y muleta exquisita y con Nicanor Villalta, una de las mejores espadas de la tauromaquia y con un largo etcétera hasta abocar en la década siguiente, la de los treinta, donde surge un Manolito Bienvenida deslumbrante con capote, banderillas y muleta, un Fermín Espinosa “Armillita” al que muy justamente la crítica lo bautiza como el Joselito mejicano y un Domingo Ortega que, nada más llegar, se hace el amo del cotarro. Y un Félix Rodríguez, que por culpa de una cruel enfermedad no pudo llegar al sitio que se merecía, y un Victoriano de la Serna, que cuando las musas le soplaban acababa con todo el mundo.

Los años de la Guerra Civil son difíciles para Marcial. Hombre de derechas, los milicianos lo buscaban para darle aquel paseo de tan triste memoria. El conserje de un cementerio madrileño, gran partidario suyo, es quien lo esconde en su casa pensando que a nadie se le ocurriría buscarlo en semejante lugar. A la primera ocasión huye a Francia, toreando allí y en la zona nacional, donde las corridas de toros no se interrumpen. Cuando termina, en 1939, su ganadería, que estaba en zona republicana, ha sido destrozada. No queda ni una vaca. Su patrimonio está sensiblemente mermado y ha de seguir toreando para reconstruirlo. Ya se encuentra mayor y ha de demorar su retirada y enfrentarse con una nueva generación de toreros que viene con otro estilo, con otras formas de entender el toreo.

Cabeza de esa estirpe es Manuel Rodríguez “Manolete”, que les pisa a los toros un terreno donde nadie osó ponerse hasta ahora. Muchos toreros de la década anterior se retiran ante el tremendo empuje del cordobés, que triunfa casi todas las tardes y al que la mayoría de los toros se le entregan vencidos por el aguante de este torero, con aspecto místico, serio, del que un crítico ha dicho que “parece un moje que reza por naturales”. Aparte Marcial, figuras de auténtico relieve solo queda Domingo Ortega ya que Manolo Bienvenida fallece en 1938 en San Sebastián, a los 26 años de edad, víctima de un cáncer pulmonar.

Marcial se mantiene en su puesto de primera figura y alterna frecuentemente con Manolete, a veces en reñido mano a mano, y también ha de vérselas con un Pepe Luis Vázquez, que irrumpe en el toreo de un modo deslumbrante. Así, hasta que en 1942, en Octubre y en Las Ventas dice adiós a los toros en tarde en que confirma la alternativa Juan Mari, el hijo de su gran amigo Antonio Pérez Tabernero. Es testigo del acontecimiento Pepe Luis y es tarde en que Marcial cede sus honorarios a su querido Montepío de Toreros, la institución que creara Ricardo Torres “Bombita”, para ayudar a los toreros sin suerte. Lalanda es el continuador y a él se debe el sanatorio de Toreros, luego absorbido por la Seguridad Social y que los toreros añoran tanto.
Una postura muy torera

En sus veintidós temporadas como matador actuó en 1071 corridas, estoqueando 2.271 toros.
Tuvo la desgracia de formar cartel en las tardes en que fueron heridos de muerte diestros tan importantes como Manuel Granero, Manuel Báez “Litri” y Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, conocido también como Curro Puya.

Lidió 119 toros del Conde de la Corte, 118 de Albaserrada (los victorinos de hoy), 98 de Murube, 76 de Concha y Sierra, 71 de Pablo Romero, 67 de Miura… En fin, todas las ganaderías principales, temidas y no temidas, pasaron por su muleta.

Y tuvo que vérselas en el ruedo 170 tardes con Domingo Ortega, 168 con Vicente Barrera, 139 con Manolo Bienvenida, 110 con Chicuelo, 38 con Juan Belmonte… Y de la última generación 41 con Manolete y 35 con Pepe Luis Vázquez, por no citar nada más que a los más representativos.

Luego, ya retirado, apoderó a gente tan importante como Conchita Cintrón, Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín (en sus inicios como matador de toros), Manolo Vázquez y Antonio Ordóñez.
Marcial apoderado
de Pepe Luis Vázquez

¿Comprenden ustedes porque estoy yo tan orgullosos de encontrarme a su lado aquel día de Septiembre de 1989?.

De la mano de Andrés Amorós había venido a Murcia a prestigiar los “Aperitivos Taurinos” de nuestro Club Taurino y tan a gusto quedó del trato recibido que al día siguiente nos dio la alegría de volver como simple espectador.

Recuerdo que nos contaba Andrés que, aquella mañana, cuando se dirigían al viejo local de la calle Alfaro, al pasar por el Casino, unas señoras de porte distinguido se acercaron a saludarlo efusivamente pues recordaban que su padre, gran partidario del torero, cuando eran niñas las llevaba a verlo torear. El viejo diestro se emocionó profundamente.

 El pasodoble que le escribieron en los años veinte decía bien: “Marcial, eres el más grande”.

Andrés Salas Moreno

Junio 2007

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