De modo inesperado y con el corte de su coleta se marcharon mis
sueños toreros. De caña y oro, por la Puerta del Príncipe, a hombro de sus
discípulos, se despidió, en una Feria de Abril, el último de los toreros de
toreros… y buena parte de mis recuerdos también se fue con él.
Lo estoy viendo torear desde mi infancia, cuando lo llevaba mi tío
Luis que lo puso en figura ¡Vaya Taurino!. Y con él, enganchado a su torería,
he pasado mi vida soñando.
El hijo, también figura del toreo, le corta la coleta al Maestro |
Por él quise conocer qué se siente cuando se torea tan despacio y
qué misterio era ese de su temple que les daba fuerzas a los toros que no la
tenían y se las quitaba a los que le sobraban. Comprendí con él que cada toro
tiene su distancia y que los toreros que no la sepan encontrar, nunca serán
buenos toreros; nadie como él para las distancias y nadie para darles sitio,
que en el toreo no son sinónimos como tampoco lo son lento y despacio.
Para mi padre forma parte de su santísima trinidad junto a
Manolete y Antonio Ordóñez. Para mí, que alcanzo a tener uso de razón taurina
en los años setenta, fue el único. Viéndolo, por última vez en un ruedo me
cubrió la soledad ¿Y ahora qué? ¿Dónde veré esa mano izquierda y ese medio
pecho al toro con tanto empaque? ¿Dónde veré echarle la muleta adelante a los
toros, y con el vuelo del faldón que sirve de toque de atención, obligarlos a
humillar, cosidos a ella? ¿Dónde veré tirar de los toros, tan templado, y
romperlos atrás en un muletazo eterno?... y sitio, y otro… y otro. Ligar en el
toreo más natural, como si fuera tan fácil lo que es tan difícil. ¿Dónde gozaré
ya de ese toreo tan profundo que va sacándote el alma en cada muletazo? ¿Quién
se desmayará como él lo hacía, con la derecha y el compás cerrado? ¿Quién me
coserá, también a mí a su muleta, como él me cosió? Si se torea como se es
¿Quién de los ángeles eres tú maestro?.
Los toreros lo sacaron a hombros por la Puerta del Príncipe ¡Porque se lo merecía! |
Lo que hubiera dado por haberle hecho un toro. Por embestirle para
ver qué se siente bajo el mando de su muleta; para descubrirle el secreto de
sus toques, de ese toque imperceptible que le permitía el monumental cambio de
mano o el pase de pecho a la hombrera contraria con el que mi padre, tan suyo, se llevaba las
manos a la cabeza, y para que me enseñara sus chicuelinas. ¡Cómo se hacía el
silencio en La Maestranza! Ese silencio que duele a los oídos. El capote
adelante y la mano de salida abajo, muy abajo, que obligaba a descolgar al toro
hasta arrastrar el morro por el suelo… y a Pepín Tristán a estallar el
pasodoble, sin ¡ay!, sin miedo, sin sangre. Arte, puro arte.
Por la Puerta del Príncipe en una Feria de Abril se marchó José
Mari Manzanares, mi torero. Lo sacaron por allí los toreros, sus discípulos que
saltándose el reglamento la abrieron para él. El que hacía tan fácil lo más
difícil, el torero de la mente tan privilegiada para los toros.
Manuel Manzanares, rejoneador |
Le vi de novillero, le ví la alternativa y la confirmación y Dios
quiso que la despedida y me
pregunté si acaso no era yo el único en la plaza. Confundido entre el río de
silencio de los aficionados que habíamos presenciado su despedida y que
discurría por los pasillos de la plaza, me fue pasando la sensación de abandono
y soledad. Mi torero no me dejaba huérfano. Le cortó la coleta su hijo José
María que tiene el mismo concepto sublime del toreo que tiene su padre, y que éste
heredó de Pepe Manzanares, su abuelo… y comprendí que yo seguiría cosido a la
muleta de un Manzanares.
Gracias Maestro por haberme hecho feliz tantas tardes durante más
de treinta años.
P.D.: José Mari Manzanares tiene otro hijo que es rejoneador. No
me gusta el rejoneo, pero es un Manzanares… y amigo mío, estos son capaces de
llevarme prendido también a una grupa.
Ernesto Salas Herrero
Enero 2009
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