domingo, 1 de septiembre de 2013

Cuando coronaron a la Virgen de la Fuensanta

Las fiestas de abril del año 1927 no fueron unas fiestas cualquiera, pues en ellas se desarrollaron acontecimientos de los que dejan huella en los anales de la ciudad. El principal, el más importantes, la coronación de nuestra amada Patrona la Virgen de la Fuensanta, hecho que tuvo lugar en la mañana del domingo 24 de abril.
La prensa del día daba minuciosa relación de un programa que empezaba a las 8 de la mañana, en la Catedral, con una misa de comunión, oficiada por el Obispo de Oviedo. A las 9’30, en el mismo lugar, ofrecimiento de la nueva corona a la venerada imagen por el Marqués de Ordoño, alcalde del Excmo. Ayuntamiento, ofrecimiento que hacía en nombre de la religiosa ciudad de Murcia. A continuación lectura del acta notarial de la entrega de dicha corona y del decreto pontificio de la concesión de la misma y bendición solemne de tan artística y valiosa joya. Misa pontifical a tres voces mixta de Perossi, oficiada por el Cardenal Tedeschini, Nuncio de Su Santidad en España y Bendición Papal, al término de la ceremonia. A continuación, traslado procesional de la Augusta Imagen vestida con sus mejores galas y en sus andas de plata, desde el templo catedralicio hasta el estrado levantado en el centro del Puente Viejo, a unos metros de la Virgen de los Peligros. El Nuncio procedió a la coronación en presencia del Infante D. Fernando de Baviera, que representaba a la Familia Real, Prelados, Ilustrísimo Cabildo, clero parroquial y regular, autoridades civiles y militares, entidades y corporaciones y pueblo en general.
Virgen de La Fuensanta
Al dejar el Sr. Nuncio la corona sobre la cabeza de la Virgen se dispararon salvas de ordenanza, mientras sonaba la Marcha Real y se soltaron centenares de palomas y caían sobre la Imagen una lluvia de pétalos de rosa.
Al mismo tiempo, desde todos los templos, un alegre voltear de campanas anunciando a la ciudad y a la huerta tan feliz suceso. Hecho el silencio, pronunció un sermón uno de los mejores oradores sagrados que tuvo la Iglesia, el murciano D. Francisco Frutos Valiente, Obispo de Salamanca.
Y como colofón de tan emocionante acto se estrenó por la Masa Coral el Himno de la Virgen, música del maestro Olivares, director de la Banda de Infantería de Marina de Cartagena y letra del gran poeta de Alcantarilla, Pedro Jara Carrillo.
Ya sabemos que no hay acontecimiento religioso o fiestas patronales que no cuenten con unos festejos cívicos en los que, siempre, el mayor atractivo, son las corridas de toros. A tenor de estos faustos, D. Eduardo Pagés, el creador de la empresa Pagés, (la misma que hoy rige los destinos de la Maestranza sevillana) por aquel entonces empresario de Murcia, programó dos excelentes combinaciones. La primera tuvo lugar el día 17 de abril, domingo de Resurrección.
Rafael el Gallo
Me imagino el júbilo de los aficionados cuando vieran anunciados, con toros de Doña Carmen de Federico –los prestigiosos murubes- a Rafael el Gallo, el torero de más inspiración y gracia que vieron los siglos, Manuel Jiménez Chicuelo, el creador de un estilo que hemos dado en llamar escuela sevillana cuando no es, ni más ni menos, que chicuelismo puro. Y cerrando el cartel Joaquín Rodríguez Cagancho, de estirpe de cataores, que tomaba la alternativa y que venía precedido por ese halo de misterio que envuelve a los gitanos y por el runrún de unos éxitos apoteósicos y, también, de unos fracasos épicos, ingredientes más que suficientes para crear una leyenda. La que le acompañó siempre.
Cagancho
Como ocurre en toda corrida de expectación, la decepción fue de las grandes. Las musas, tan necesarias para los toreros de arte, no acudieron aquel día la plaza, por lo que los tres matadores dieron un mitin de los gordos, hasta el punto que las fuerzas de Orden Público tuvieron que protegen a los toreros hasta la estación del Carmen, donde tenían que tomar el tren correo, cosa que hicieron entre abucheos y bronca de los que, hasta allí, les habían seguido.
Menos mal que la segunda corrida tuvo un signo bien distinto. Para la tarde del domingo 14 de abril, se anunciaron ocho toros de Lamamié de Clairac, dos para el rejoneador portugués Simao da Veiga, una de las cumbres del toreo a caballo de todas las épocas, y seis en lidia ordinaria para el maestro de maestros Marcial Lalanda; la promesa más firme del momento, el Niño de la Palma, aquel que era de Ronda y se llamaba Cayetano y cerrando el cartel, Manuel del Pozo “Rayito”, un estilista muy del gusto de la época.
Marcial Lalanda
Aquí sí que hubo triunfos para todos, hasta para el ganadero, pues a punto estuvieron de indultarle el primero de la tarde, honor que pedían los aficionados, pero el Presidente no accedió a ello. Estaba escrito que dicha gloria se daría 65 años después, cuando Bienvenido, de Jandilla, hizo historia en el ruedo de la Condomina. Cerca de Murcia, en Caravaca, se dio una corrida el domingo siguiente, día uno de mayo. De nuevo se acercaba Cagancho por estos lares, llevando de compañeros de cartel a Rafael el gallo y a Victoriano Roger “Valencia”, tío del exmatador, apoderado y empresario de nuestros días.
Chicuelo
Los toros pertenecían a la ganadería portuguesa del Duque de Braganza y fueron muchos los murcianos que allí se desplazaron, ansiosos de quitarse el mal sabor de boca que, el gitano de los ojos verdes, les dejó el día de la alternativa. Quizá soñaban con la lotería de una de aquellas faenas que paría muy de vez en cuando, como aquella que le hizo escribir a Corrochano: “no preguntarme lo que hizo, que no podría decirlo. Solo sé que me acuerdo y me da un escalofrío”.
No hubo éxito, sino un escándalo monumental, pues Cagancho vio cómo sus dos enemigos volvían a los corrales vivitos y coleando, tras escuchar los correspondientes avisos.
Se hizo esta escena tan frecuente que Xaudaró, el humorista gráfico de ABC, dibujó aquel chiste que se hizo famoso. Dos ratones en un calabozo, consultaban el reloj y decían “Que raro. Las ocho y Cagancho sin venir”.

Andrés Salas Moreno

Diciembre 2002

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