martes, 20 de agosto de 2013

AQUÉL MES DE JUNIO DEL AÑO 1943

 
 
Manolo Escudero
Pues señor, que a uno aún no se le ha ido de la memoria aquel mes de junio del año 1.943. Año en que cumplía los once años y ya era un aficionado con un criterio más o menos definido para tan temprana edad.
Cinco festejos presencié, entre corridas y novilladas, y en cada uno de ellos se dieron hechos que aún perduran en mi recuerdo. En primer lugar el día 3, festividad de la Ascensión del Señor, uno de los tres Jueves que entonces brillaban más que el sol, la empresa Guixot, que a la sazón dirigía los destinos de la Plaza de Toros de Murcia, anunció una corrida de ocho toros, con ganado de Concha y Sierra, para los diestros Manolete, Pedro Barrera, José Roger “Valencia III” (primo del actual Victoriano Valencia) y Manolo Escudero, que había tomado la alternativa, en nuestra Plaza, justo un mes antes.
Pero este cartel, conforme se iba acercando la fecha de su celebración, sufrió, por mor de imponderables, importantes modificaciones. En primer lugar cayó herido “Valencia III”, siendo sustituido por Luis Gómez “El Estudiante”. Sobre el papel el cartel mejoraba, pues “El Estudiante” pertenecía a aquella generación de grandes toreros de los años treinta, a los que no se ha hecho la debida justicia, y a la que pertenecían Ortega, Manolo Bienvenida, Armillita, Vicente Barrera, etc. etc.

 
Victoriano de la Serna
      Pero no acabaron aquí las sustituciones. Manolete envió certificado médico la víspera, aquejando no sé qué dolencia y esto sí que nos cayó como un jarro de agua fría. Malas lenguas achacaban la enfermedad a la cinqueña y muy bien presentada corrida que había enviado la Viuda, por lo que uno, manoletista acérrimo, tuvo que tragar quina ante los malintencionados comentarios. Se buscó para sustituir al insustituible cordobés, a un torero genial, de tremendos contrastes, también de la década de los años treinta, Victoriano de la Serna.
     La Serna era un caso extraño en el toreo. Estudiante de medicina, a punto de terminar la carrera, toreó un festival universitario y allí sintió la picazón del toreo. Hizo una carrera meteórica de novillero y rápidamente tomó la alternativa de manos de Félix Rodríguez. Ya matador de toros terminó los estudios de Medicina en la Facultad de Valladolid. Fue uno de los mejores capotes que ha tenido la historia del toreo.
     Sus verónicas, arrastrando el capote por el suelo, paraban los pulsos. Con la muleta era pura inspiración, lo que dictaran las musas, por lo que sus faenas oscilaban entre lo sublime y el fracaso más rotundo, muy en la línea de Rafael el Gallo. Por eso sus actuaciones despertaron siempre un gran interés. Era lo imprevisible, lo que se sale de las normas.
 
Rafael Albaicín
    De aquella tarde de junio recuerdo que, la Serna empezó la faena con las dos rodillas en tierra, que “El Estudiante” lo hizo sentado en el estribo y que Manolo Escudero lució, en varios quites, su capote de seda. Pero lo más sobresaliente de la tarde estuvo a cargo de Pedro Barrera. Sabido es que el caravaqueño era un hombre muy temperamental, como su toreo, que traducía en cada tarde su estado de ánimo. Al fin y al cabo, lo dijo Juan Belmonte, se torea como se es.

 Para el domingo 13 de junio se anunciaba una novillada de doña Carmen de Federico, los antiguos murubes, para José Vera “El Niño del Barrio”, siempre un ejemplo de valor y pundonor, Rafael Albaicín, gitano de magnífica estampa, moreno de ojos verdes, hijo deAgustina Escudero, bellísima modelo del gran pintor Ignacio de Zuloaga, que ayudaba al novillero en sus inicios. Cerraba la terna un muchacho alto, desgarbado, que toreaba su segunda novillada con picadores. Era hijo de un banderillero, Bartolomé Parra, y sobrino de Ángel Parra, picador de Manolete. Por recomendación de éste hacía el paseíllo.
K-Hito hablando con Manolete

     La novillada aún está en el recuerdo de los que tuvimos la suerte de presenciarla y seguimos en este mundo. Magnífico Pepe Vera en sus dos enemigos, luciendo todo su repertorio. La tremenda personalidad de Rafael Albaicín, la increíble lentitud de su toreo, la plasticidad de su arte. Un torero que de haber tenido un poquito de valor -¡ay la idiosincrasia de los toreros gitanos!- no sabemos adonde hubiera llegado. De Parrita sorprendió aquel citar suyo, a muchos metros del toro, con la muleta en la izquierda y, luego, aquellos naturales largos y su quietud, su tremenda quietud, que fue el principal argumento que lo llevó a figura del toreo.
     Los bravos novillos fueron desorejados y aquellos tres novilleros, tan distintos, escribieron aquel día una página de oro en la historia de nuestra Plaza.
    
Cagancho
El tercer acontecimiento tuvo lugar el día 20, al domingo siguiente. La empresa anunciaba el debut de tres jovencísimos becerristas, hijos de tres ilustres toreros. Abría la terna Joaquín Rodríguez “Cagancho”, hijo de aquel genial e incomparable “Cagancho”, que en una misma tarde iba del infierno de oír los tres avisos a la gloria de cortar dos orejas y rabo. El que le inspiró a Corrochano aquella crónica en la que terminaba diciendo: “No me pidáis que describa la faena, que no sabría; solo sé que cuando la recuerdo me da un escalofrío”.
        El segundo espada era Cayetano Ordóñez, hijo del “Niño de la Palma”, el que era de Ronda y se llamaba Cayetano. Cerraba la terna un jovencísimo Pepín Martín Vázquez, hijo del señor Curro Martín Vázquez, el gran estoqueador de los tiempos de José y Juan. De director de lidia, de ángel tutelar de los chicos, el “Niño de la Palma”, recién retirado y luciendo ya una espléndida calva.      
De la becerrada solo destacó la actuación brillantísima de Pepín. Ocurrió también en la vida. Un año después, con apenas 16 años, tomó la alternativa en Barcelona, de manos de Domingo Ortega, y pronto escaló los primeros puestos en una época en la que, aparte el propio Ortega, estaban en los ruedos Manolete, Pepe Luis, Arruza, Luis Miguel, etc. etc. “Caganchito”, como siempre se le ha dicho, no recordó nunca la genialidad de su progenitor, y Cayetano Ordóñez no pasó de ser un torero “apañadito”, pronto eclipsado por su hermano Antonio, que ése sí que fué una cumbre del Toreo.
El Estudiante

       No acabó aquí mi mes de junio. En los días 27, 28 y 29 se celebraron en Alicante las Fiestas de San Juan, pues al coincidir el día 24, día del Santo, con la festividad del Corpus Christi, se trasladó la celebración de las “Fogueres” alicantinas al día de San Pedro. No fuimos mi padre y yo a la primera corrida, en la que sé que actuó Pedro Barrera, pero sí estuvimos en las otras dos. En la del día 28, con toros del Conde de la Corte, actuaron Manolete, Antonio Bienvenida y Manolo Escudero. Fue un día imborrable para los que estábamos alistados (y ahí seguimos hasta el fin de los siglos, como he dicho repetidas veces) en la causa manoletista. Cuatro orejas, dos rabos y dos patas cortó aquella tarde el Califa cordobés. La Plaza de Alicante era un puro manicomio, jamás se vio semejante apoteosis. Fue el día en que Ricardo García “K-Hito”, el director y fundador del “Dígame”, añorado semanario de la época, le lanzó al ruedo su bloc de notas, que en aquella ocasión no pudo tomar, de tan grande que era el entusiasmo, en el que solo había escrita una palabra en letras grandes: “¡Monstruo!”.
K-Hito
      Todavía nos reservaba un gran goce el día de San Pedro. Con Murubes, de doña Carmen de Federico, hicieron el paseíllo Manolete, Manolo Martín Vázquez (hermano mayor de Pepín), Manuel Álvarez “El Andaluz” y Antonio Bienvenida. Dos faenas inmensas, imborrables, pudimos disfrutar aquel día. Una de Manolete, con corte de orejas y rabo, y otra, profundísima, del “Andaluz”, lleno del dramatismo hondo de su toreo trianero (¿porqué estando Triana y Sevilla, apenas separadas por un puente y un río, se torea tan distinto en un sitio y en otro?. ¿Qué misterio es ese?), cortó también los máximos trofeos y aquella faena es otra de las que están grabadas, en oro, en mi memoria.
                                                                                    
Andrés Salas Moreno.
octubre 2004


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