lunes, 19 de agosto de 2013

EL NIÑO DEL BARRIO Y YO

   
Manolete, F.Rivera y Niño del Barrio
Un domingo cualquiera de los años cuarenta. Estaba cerca el recuerdo de la Guerra Civil y todos tenían ganas de olvidar, de vivir. Había novillada y esto se notaba en el ambiente. Los bares y terrazas estaban llenos de gente que comentaba, hacían pronósticos de lo que íbamos a ver por la tarde. Los trenes especiales que, para la ocasión, habían puesto de Alicante, de Cartagena, vomitaban sobre la ciudad buen número de aficionados que paseaban por Trapería y Platería o se acercaban a la Plaza de Toros a no perderse el sorteo de las reses y posterior enchiqueramiento. Allí, la animación y el jaleo propio de todo festejo taurino. Los picadores hacían la prueba de caballos y discutían con el viejo Baena las buenas o malas condiciones (más bien malas), de los equinos que luego habrían de montar.

Niño del Barrio
En los estrechos pasillos de los corrales, autoridades, banderilleros y los pocos aficionados que tenían acceso a aquel lugar, observaban con atención los novillos que iban a lidiarse. Uno, que a la sazón contaba ocho, nueve años, estaba allí, del brazo de su padre, con la curiosidad y los ojos bien abiertos, dispuesto a no perderse detalle. De pronto, la gente se replegaba para abrir paso a un hombre serio, pelo rizado, moreno, de baja estatura, traje impecable, de gesto preocupado, que acababa de llegar. “Es el Niño del Barrio”, decían en voz baja. Pepe Vera, en medio de un silencio respetuoso observaba los novillos que iba a matar. Era de los pocos espadas que han tenido la costumbre de ir a los sorteos y lo de novillos es un decir pues, por aquel entonces, había manga ancha para colar auténticos corridones, pasados de edad, basándose en ese “desecho de cerrado y tientas” que el reglamento permite en las novilladas. Toros con un pajazo o una nube en el ojo, un cuerno hormigón o mogón, entraban en el encierro tuviesen la edad que tuviesen. En fin, el toro que no cabía en una corrida de toros. Y allí tenías, por lo general, seis “concha y sierras” imponentes, con aquellas capas tan vistosas (sardos, berrendos de todo tipo, salineros...) tan frecuentes en la, antaño, ilustre ganadería.

 Yo miraba, desde mi niñez, con profunda admiración a aquel hombre pequeño, enjuto, que por la tarde iba a matar a aquellos tremendos animales. Por mi padre sabía que la primera vez que me asomé a una Plaza de Toros fue en Orihuela, con tan solo dos años de edad, en Agosto de 1.934 y que aquel día toreaba el Niño del Barrio, con un novillero que tenía un extraño nombre y un bonito apodo, Silvino Zanón “Niño de la Estrella” y que completaba el cartel un tal Raimundo Serrano. Me lo contó tantas veces que el cartel no se me podía olvidar. Es posible que en su ir y venir, asomándose a las troneras para mejor ver los novillos, Pepe Vera, con aquella sonrisa triste que tenía, acariciara la cabeza de aquel niño y es seguro que, este, se pondría así de orgulloso.

Luego, a la tarde, el ilusionado ir a la Plaza en una de aquellas galeras, quizás la del Tranquilo, calle de la Gloria o calle Simón García adelante, con el alegre tintinear de los cascabeles que adornaban la cabalgadura, entre el río de gente que se encaminaba al coso. El cuadro se completaba con los alegres sones del pasodoble de la Banda de Música de la Misericordia, que dirigía el Maestro Escribano y que iniciaba su pasacalle desde el Bar Rhin, precedidos por el que portaba el vistoso cartel del festejo y que de esta guisa llegaban hasta el interior de la Plaza de Toros. Muchos indecisos, muchos que dudaban en si ir o no ir a los toros, no podían resistirse a la alegre y españolísima música y, tras los músicos llegaban al coso.

El niño que yo era presenciaban el espectáculo con nerviosismo e inquietud. No por la inexperiencia de los actuantes, que solían ser novilleros muy cuajados, sino por la movilidad, tan añorada, que tenían aquellas reses, lo que unido al sentido que le daba su edad, más que cumplida, aumentaba el peligro. Eran tardes en que, como decían los revisteros antiguos, se olía a cloroformo.

Por aquellos años vi alternar al Niño del barrio con Pedro Barrera, novillero puntero a punto de alternativa, con el que había cierta competencia, con el inmenso Pepe Luis Vázquez, estrella fulgurante del escalafón, con el animoso Paquito Casado, con Gallito, lleno de gracia y “ángel” como corresponde a un miembro de la dinastía más grandiosa de la Historia del Toreo, con Domingo y Pepe Dominguín, con Agustín Parra Parrita, discípulo predilecto de Manolete, con un jovencísimo Luis Miguel que ya asomaba sus garras de fiera y un Rafael Albaicín, gitano de magnífica estampa, ahijado del pintor Zuloaga, que si hubiese querido habría dejado en mantillas a todos esos toreros de “pellizco” que tenemos en la memoria. Con todos ellos competía y triunfaba Pepe Vera, sin desmerecer jamás, aunque ya estaba de vueltas, ya brincaba los treinta años y su época había pasado.

¿Y cual era su época?. Pues su época empezó en 1.930 y, desde el primer momento, estuvo en los puestos más altos del escalafón sumando cada año cerca de cuarenta novilladas, cifra muy respetable, y en abierta competencia con toreros de la categoría de Rafael Ponce “Rafaelillo”, tío-abuelo de Enrique, con Jaime Pericás, con Enrique Torres, con Lorenzo Garza, con El Soldado (estos dos últimos luego serían figurones en su México natal), con Venturita... Madrid y Valencia fueron sus plazas preferidas y hasta tuvo el honor de matar el primer novillo que se lidió en la actual Plaza de las Ventas el primer año en que, en dicho coso, se hizo temporada completa pues, inaugurado en 1.931, no se dieron toros con continuidad hasta 1.935.

Ya estaba Pepe Vera más que cuajado para la alternativa, pero una cogida inoportuna, con tremendo golpe en la cabeza contra las tablas, hizo precisa la trepanación del cráneo y, consiguientemente, una larga convalecencia.

Y a todo esto, estalla la guerra civil. Adiós alternativa y adiós ilusiones. A nuestro hombre le cogió en esta zona, donde los festejos eran escasos y sin transcendencia.

Cuando todo acabó en 1.939 el toreo era otro. Un cordobés, Manolete, hecho en la llamada “zona nacional”, había perfeccionado la revolución que Juan Belmonte inició. Al parar, templar y mandar se le añadió una quietud, un asentar las zapatillas en la arena, un modo de ligar los pases, que venían a demostrar que se iniciaba una nueva era en el toreo.

Juan Muñoz y Niño del Barrio
Como he dicho, el Niño del Barrio defendía bravamente su categoría, pero ya los contratos iban disminuyendo, ya costaba trabajo llegar a los veinte festejos. La nueva generación, la surgida de la posguerra, apretaba de un modo atroz y traían ya una nueva concepción del toreo. Y así llegó una alternativa en 1.944 en Orihuela con una corrida del Duque de Tovar con Luis Gómez “El Estudiante” de padrino y Pedro Barrera de testigo. Toreó en la feria de Septiembre de aquel año una disparatada corrida de Conradi, con “Morenito de Valencia” y aquel pedazo de torero, pedazo de poeta, pedazo de artista que fue Mario Cabré, el que cada año, cuando en Noviembre D. Pedro Balañá limpiaba de toros los corrales de la Plaza de las Arenas, en Barcelona, toreaba por la tarde y nada más terminar la corrida, salía disparado al Teatro Urquinaona, a cambiar en su camerino el traje de luces por el de D. Juan Tenorio.

Aún en Octubre, en una corrida que se dio a beneficio del Santuario de la Fuensanta, Pepe se dio el gustazo de hacer el paseíllo junto a Manolete, al que le brindó un toro, y el mejicano Fermín Rivera. Y no desmereció. Lo mismo que cuando en 1.946 mata una corrida de Miura con Domingo Ortega y Luis Miguel. También le vi actuar con Antonio Bienvenida, con Pepín Martín Vázquez y, una tarde de 1.949, la última como matador, con Parrita y un incipiente Manolo González, que traía a todo el torero a maltraer, con una sevillanía y un valor tremendo. Pepe, fiel a su estilo, prodigó hasta el final el recibir a los toros con su larga cambiada, al hilo de las tablas. Luego, de pie, unas vibrantes verónicas, muy cargada la suerte. Su quite por chicuelinas, que las bordaba, sus banderillas de las cortas para iniciar la faena con las rodillas en tierra.

Siempre que el toro lo permitiera, y entonces los toros lo permitían más, citaba a recibir con una pureza extraordinaria. Avanzaba un poco la pierna izquierda que la dejaba quieta, aguantando al toro, que venía hacia ella al mismo tiempo que se tragaba la espada sin que el torero se moviera. Eso era una estocada recibiendo; no confundir con las del encuentro. Bien, bien, solo se la vi ejecutar al Niño, a Pepe Bienvenida y a Rafael Ortega.

Al final de aquel año se le organizó un festival en su beneficio. Vinieron a torear Domingo Ortega, Parrita, Paquito Muñoz y un modesto matador de Hellín llamado Antonio Torrecillas. Una vez más la suerte le volvió la espalda y la taquilla fue exigua.
Pedro Barrera

Volvió al Matadero Municipal, a su antiguo empleo, pero quizás el sueldo era escaso y no tuvo más remedio que, al año siguiente, enrolarse en las filas de los subalternos. También le vi ese triste debut. Fue en Cieza, en Mayo de 1.950, formando parte de la cuadrilla de un becerrista murciano llamado Juanito Sánchez. Más adelante vino el torear en la cuadrilla de Cascales y de cuantos toreros quisieran sus servicios hasta que en 1.965 dijo adiós definitivo a la profesión, toreando a las órdenes de un novillero llamado José Saez “El Otro”.

En mi recuerdo muchos ratos de charla, en la puerta del desaparecido Bar Baviera, junto al Hotel Victoria. Sabía él que podía haber llegado, pero que la inoportunidad de la guerra se lo impidió. Sabía que sus méritos le hacían acreedor de mejor suerte, pero jamás le oí una frase de despecho, de rencor. Siempre ponderado y ecuánime en sus juicios. Siempre señor.

Enfermó. Un día de Septiembre de 1.970, al llegar a mi laboratorio de análisis clínicos, me lo encontré esperándome para que le hiciera las pruebas que le habían mandado. Mientras se las hacía, con toda la atención y el cariño del mundo, me emocioné al pensar que, treinta y seis años atrás, yo abría los ojos a esta Fiesta en una tarde en que toreaba el Niño del barrio.

La vida tiene estas cosas y a mi me ha dado la satisfacción, en muchas ocasiones, de ayudar, con mis pobres conocimientos a personas a las que, de niño, admiré mucho. Como en éste caso.

Pepe Vera estaba herido de muerte. Pocos días después fallecía en su casa de la carretera de Algezares.

Aquella tarde había festejo de feria en el coso de la Condomina y en el minuto de silencio que se hizo tras el paseíllo, no pude contener el llanto por el TORERO, así, con mayúsculas, y por el hombre bueno, leal y honrado que acabábamos de perder.
Andrés Salas Moreno
marzo-abril-2004

1 comentario:

  1. Tengo una colección de cartas antiguas del mundo de la Tauro maquia si alguien está interesado ponerse en contacto a través del correo electrónico que está debajo cuando digo muchas digo unas 40 cartas antiguas todas

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