miércoles, 21 de agosto de 2013

EVOCANDO A CURRO


El Gran Curro Romero

(Meditaciones en torno a un caso único en la Historia del Toreo, ahora que se cumplen seis años de su retirada)

     Dicen que Pedro Romero, cuando tenía 71 años, estoqueó un toro en honor de Fernando VII, quizás para agradecerle el que le atendiera en su demanda de dirigir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, cuya dirección ya había sido otorgada a Jerónimo José Cándido, nombramiento éste que fue anulado ante los méritos alegados por el viejo torero de Ronda. Gloriosa escuela aquella de la que salieron, entre otros, Francisco Montes “Paquiro” y Cúrro Cúchares.
    
Fco. Montes Paquiro
Dicen, y es cosa fácil de comprobar, que Lagartijo el Grande, aquel Petronio del Toreo, del que contaban que solo verle hacer el paseíllo ya valía la entrada, tomó la alternativa en la Plaza de Toros de Úbeda en el año 1.862, permaneciendo en los ruedos, siempre en primerísima figura, hasta su retirada en 1.893, es decir, treinta y dos temporadas, de las cuales veinticinco las consumió en feroz competencia con Salvador Sánchez “Frascuelo”, la más larga y real que registra la Historia del Toreo. Rivalidad en el ruedo, que en la calle, a tal extremo llegaba su amistad que Lagartijo se proclamaba el primer frascuelista a la vez que “Frascuelo” a nadie cedía el honor de ser el mayor lagartijista, con lo que acallaban a los innumerables aduladores que se acercaban a ellos con la intención de poner “verde” al rival. “¡Alto ahí!, decía Rafael, que yo soy frascuelista”. “No siga usted, amigo, argüía Salvador, que yo soy de Lagartijo”.


Lagartijo el Grande
     Tan de verdad era la amistad de ambos colosos, que cuando “Frascuelo” se sintió morir le mandó a su yerno (afamado médico de Madrid, y, por cierto, nacido en Yecla) que avisase a Lagartijo a Córdoba, donde residía. Inmediatamente marchó Rafael a Madrid llegando a tiempo de estar junto a la cabecera de su rival y amigo hasta que le sobrevino la muerte. Al día siguiente, en lugar preferente, en medio de los hijos y yernos del finado, presidió, sin poder contener las lágrimas, aquella imponente manifestación de duelo. Hermoso final de tan noble competencia.
     Esto fue en 1.899. La retirada del cordobés tuvo lugar seis años antes, dejándole el paso libre a un arrollador Rafael Guerra “Guerrita”, banderillero que fue de su cuadrilla y alumno predilecto, como cabe suponer de aquel fandango que dice:
                                             En lo alto de la sierra,
                                             Córdoba tiene un cortijo,
                                             donde le dio Lagartijo
                                             la primer lección al Guerra.
     Caso único de estar mandando en el Toreo durante tres décadas.
     Cuando estaba a punto de finalizar el siglo XX terminó su carrera, su insólita carrera (por lo larga y por las circunstancias), un hombre que ha permanecido, si no en máxima figura, que eso es otro cantar, sí en un primer plano durante cuarenta y dos temporadas.
    
Salvador S. Frascuelo
Vamos a echar marcha atrás al tiempo. Esos cuarenta y dos años yo no los podía ni imaginar cuando aquel 18 de marzo de 1.959, a eso de las cuatro de la tarde,  me encaminaba a la Plaza de Toros de Valencia. Andaba uno en los últimos meses de carrera y, seguro, la mañana la pasaría estudiando. Digo que esto sería así porque no recuerdo haber ido aquel día a presenciar las labores del sorteo, enchiqueramiento y demás etcéteras de los que solía ser testigo habitual, ni haber asistido a continuación y como un rito, a la enervante mascletá de cada mediodía de la Semana Fallera. Por la proximidad del fin de curso (junio a la vuelta de la esquina), seguro que la mañana la pasé hincando los codos para, luego, poder ir a los toros con la conciencia tranquila.
     Tomaba la alternativa aquel día un mocetón, ya talludito, de unos 25 años que debía llegar a la Feria de Sevilla con la alternativa tomada, puesto que le habían prometido dos corridas de toros. Lo apoderaba, por aquel entonces, Diego Martínez Vidal, un buen taurino cordobés. No se acostumbraba, ni es frecuente ahora, las alternativas en la feria sevillana. Sí en Domingo de Resurrección, pero aquel año ya estaba anunciada la de Mondeño con Antonio Ordóñez de padrino. Así pues, que el bueno de Diego suplicaba la alternativa para Curro Romero, que este era el nombre del novillero en cuestión. La cosa era un poco extraña, pues no se trataba de un novillero puntero, que es lo que Valencia estaba acostumbrada a doctorar. Allí habían tomado la alternativa El Choni, Parrita, Julio Pérez Vito, Julio Aparicio, Litri, Pedrés… es decir, hombres que llegaban al doctorado tras haber sido los números uno de su escalafón. No era este el caso de Curro, novillero que llevaba por ahí brujuleando desde 1.954 y que se presentó en La Maestranza en 1.957 y como de sorpresa, pues lo hizo sustituyendo a Mondeño, y sorpresa fue y de las gordas.
Cartel de la presentación en Sevilla el 26 de mayo de 1957
Y agradable, porque los sevillanos se encontraron con la horma de su zapato, dicho en el tono más cariñoso. Hacía un toreo de fantasía, sin parecido con nadie, un toreo que nacía de lo más hondo del alma. Dos orejas cortó aquel día y, por consiguiente, no tardaron en llegar cuatro repeticiones en las que ya no hubo tanto éxito, sino detalles, detallitos… como un anuncio de lo que iba a ser una constante en su carrera.
     Aquel éxito inicial, diluido en las siguientes actuaciones, hizo que su apoderado, Miguel Moreno, un hombre que adquirió cierta notoriedad porque fue el que lanzó al Chamaco de los incomprensibles triunfos de Barcelona, se desanimara y lo dejara a un taurino joven y no supo ver más allá. Quien sí lo vio fue un viejo banderillero de Domingo Ortega, Juan Robles “Blanquito”, que le habló a Diego Martínez y logró que lo apoderara.
     En 1.958 el torero de Camas no se asomó por Sevilla. Su debut en Barcelona, plaza trampolín para tantos toreros, se saldó con un novillo devuelto al corral tras sonar los tres avisos. Solo, al final de temporada, por Septiembre, torea dos novilladas en Valencia con resultado positivo. Una vuelta al ruedo en el debut y una oreja en la repetición. A trancas y barrancas suma unos treinta festejos. Diego piensa que Curro, por sus hechuras, va a lucir más con el toro, así que se deciden a correr el albur de la alternativa.
     En recuerdo de aquel Mayo del 57 consigue firmar dos corridas para la feria sevillana, que coincide con el inicio en la gerencia de un hombre que no es taurino, sino empleado de Banca y que accede a este cargo por su matrimonio con la hija de Eduardo Pagés, que le ha ganado el pleito a los maestrantes que se oponían a que, a la muerte del empresario continuaran sus herederos con la plaza. Catorce años duró el litigio. Estamos hablando de Diodoro Canorea.


Alternativa de Curro Romero

     Pero volvamos a las Fallas de Valencia. Aquel año tenían que arrancar sin el concurso de las dos máximas figuras. Antonio Ordóñez no quería empezar hasta el Domingo de Resurrección en Sevilla y Luis Miguel no solía hacerlo hasta pasado el mes de Mayo. Así las cosas las combinaciones tuvieron que hacerse a base de Gregorio Sánchez, Curro Girón, Jaime Ostos… El cartel de la alternativa lo componían pues, Gregorio Sánchez, Jaime Ostos y Curro Romero con astados del Conde La Corte. ¿Y qué ocurrió aquel día?. Nada, absolutamente nada. Escarbando mucho en la memoria puedo decir que la corrida del Conde, cosa rara, en aquel entonces, no embistió y que el toricantano solo fue aplaudido en unos lances de capa.
     Supe después que a esto le siguió un fracaso medio regular en Málaga, con dos avisos en cada toro, así que imagino que, en un jugárselo todo a una carta, hizo el paseíllo en la feria sevillana. Y allí surgió el milagro, allí es donde expresó, donde hizo realidad aquello que decía Rafael el gallo:”Torear es tener un misterio que decir… y decirlo”. ¡Y cómo lo dijo aquella tarde Curro!. Fue entonces cuando Sevilla le juró amor eterno. Y a fé que lo cumplió.
     ¿Pero dónde encajamos a este Curro?. Confieso mi impotencia para ello, porque Curro es un torero que, más que verlo lo he entrevisto. Entre otras cosas, porque en vivo y en directo no lo habré visto más de doce veces, que pocas veces se asomó el hombre por estos lares, aunque quiso el destino que su última actuación en traje de luces ocurriera en Murcia, y de esa docena de veces solo le vi cortar una oreja en Lorca hace ya unos cuantos años. El resto se hunde en la más tediosa vulgaridad, salpicada con algún detallito. Así pues, yo tenía que creerme todo lo que me contaban haciendo un acto de Fe, que Fe, según el catecismo, es creer en lo que no vimos. Fue después, cuando la Televisión se generalizó en retransmisiones y reportajes cuando me fue desvelado el misterio de aquel torero enigmático.
 
La majestuosidad de Curro
    Pero al cabo de los años, sigo preguntándome: ¿Dónde lo encajo? ¿En la línea de Rafael El gallo que, genialidad aparte, tenía unas muñecas prodigiosas para hacer el torero? ¿En la gracia inefable de Chicuelo, que le bastaba un detalle delicado, un quite, para imponerse y borrar el mal recuerdo de una tarde aciaga? ¿En el ramalazo de inspiración de un Cagancho, que en el momento menos pensado le brotaba un toreo hondo, purísimo? ¿En Pepe Luis, cuando se fundía en un milagro de gracia capote, toro y torero y los ángeles hacían palmas desde los palcos del cielo? No. Curro no viene de ningún sitio de estos. Su toreo nace y muere con él.
     Aún con ser tan personal, tan genial, el toreo de Rafael de Paula hemos visto a novilleros por ahí de los que la crítica ha dicho:”está apaulado”, pero a nadie hemos visto parecerse a Curro. Nadie ha osado imitarle, que la imitación viene de fuera y el toreo del camero nacía de dentro, del alma. Un toreo que Curro, al pasar los años fue despojando de todo lo superfluo y así, en la capa se queda con esa verónica en la que parecía detener el tiempo, ¡con lo difícil que esto es en un toro de salida!. En la muleta se queda con la majestad y hondura del ayudado, con la serenidad del derechazo, con la belleza suprema de su lento pase natural, con esa trincherilla sin igual, que es castigo enorme para el toro, pero castigo propinado con guante de seda. Y luego, como un súbito y cegador relámpago, que nadie se esperaba, ese kirikiki-¡homenaje a Rafael el Gallo!- que eras todo un monumento de GRACIA y empaque.
     Así pues, Curro tiene y no tiene de El gallo, Chicuelo, Cagancho y Pepe Luis. No tiene, porque es personal y único y, paradójicamente, tiene porque todo lo puro y bello se funde en el recuerdo.     

Pero, al cabo de los años, me siguen asaltando las dudas porque el “caso Curro” no tiene explicación así como así. Chicuelo, con ser Chicuelo, a pesar de haber aportado a La Fiesta, de un modo permanente, el toreo en redondo, a pesar de poseer una técnica equiparante con su arte, no es torero de Sevilla. Con Pepe Luis, con ser dueño de un toreo arcangélico, además de una cabeza privilegiada, los sevillanos no pierden la razón. Le admiran y mucho, pero le reprochan su abulia, no le consienten, ni de lejos, lo que, andando los años, le consentirán al camero.
Ultimo natural de Curro en la Algaba, Sevilla, el 22 de octubre del 2000.
Ese mismo día anunció su retirada definitiva del toreo
     Curro, arte a parte, carece de oficio, es más, creo que él despreciaba eso que llamamos técnica. Cuando las cosas no eran de su agrado, la inmensa mayoría de las veces, tiraba por el camino de en medio, sin decoro alguno. Por menos, a Rafael el gallo le armaban unas broncas fenomenales. “Er mitin”, que decía el Divino Calvo. Y es más, toros a los que nadie le había visto el más leve ápice de mala intención, toros en que la gente ya se relamía presintiendo que se iba a destapar el famoso tarro de las esencias, veían con estupor cómo les cortaba los viajes, tratando de viciar unas embestidas nobles para hacer creer que era un barrabás. Y Sevilla aguantando. En una de esas tardes fue cuando rompió el silencio maestrante aquella voz estentórea que dijo a voz en grito: ¡Curro, mañana va a venir a verte torear tu madre… y YO!
     No se entendía, pues, Curro, a la luz de la razón.
     Pero todo esto, esta mezcolanza de arte supremo y técnica marrullera dio lugar a un mito único, un mito en vida. Que es lo bueno, que hasta entonces los toreros se convertían en mito cuando daban la vida en la arena. Curro, afortunadamente lo es en vida y se le quiere y se le venera (y que no suene a herejía) como a un Cristo. Es más, a mi no me hubiera extrañado que en una de aquellas faenas alguien, José el de la Tomasa u otro cantaor, le cantase una saeta.
    
Monumento a Curro Romero
junto a la Mestranza de Sevilla

Pero, ¡desde cuándo es un mito, un intocable? Yo creo que cuando alcanza esa edad, en las que antes ningún torero osó vestir el traje de luces. Porque, novio de Sevilla desde joven, como en todo no viaje hubo sus más o sus menos y cuando la cosa se torcía tenían que protegerlo las Fuerzas de Orden Público y se llenaba el ruedo de almohadillas y hasta algunos sevillanos, con evidente mal gusto, le tiraron, por si era menester el rollo de papel higiénico y el consabido orinal.
     En fin, que Sevilla solo tenía romero para su Curro y cuando pintaban bastos una sonrisa de disculpa. Y un consuelo; “¡Has visto cómo venía vestío? ¡Qué arte!” El currismo es una religión. Se cree o no se cree. No analicemos.
     Y otra consideración que hará que algunos se echen las manos a la cabeza. Para torear tan despacio como él lo hacía las tardes de inspiración hay que tener VALOR con mayúsculas. Desconfiad del valor de los toreros que torean muy aprisa.
     Pero en fin, no nos metamos en honduras y vamos a dejarlo ahí, aparcado en la memoria de donde nuca se podrá borrar ese empaque, esa torería y esa forma, tan simple y bella, de entender el toreo. Y todo esto, mezclado en el recuerdo con los vencejos que sobrevuelan, al atardecer, el ruedo de la Maestranza, con la Giralda asomándose por encima del tejadillo, con la promesa de que al salir de la Plaza, por donde la Puerta del Príncipe se nos va a entrar por los ojos uno de los más gratificantes paisajes. El Guadalquivir, El Puente de Triana, la Calle Betis, las torres de Santa Ana… Y, naturalmente, un chato de manzanilla.
                                                                                            Andrés Salas Moreno.
                                                                                         Febrero 2007.
       


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