Llapisera en un cartel de Corella, 1951 |
Sirvan estas letras como homenaje a aquellos hombres que, pintarrajeados, vestidos absurdamente, se enfrentaban a un becerro, a un eralote, simulando torpeza (cuando en realidad eran toreros muy experimentados) para arrancar la risa de los niños de varias generaciones que, en tropel, acudíamos a las plazas de toros el día de la charlotada, el espectáculo que solía cerrar las ferias. A veces era el primer contacto que se tenía con la Fiesta Brava y era un modo muy eficaz de acostumbrarnos a los cosos, de iniciarte a la afición. Se daba, además, la ocasión de atisbar lo que era una corrida de toros pues estos espectáculos taurino-musicales, que así se llamaban, incluían una parte seria en la que un becerrista lidiaba una res, lo que era un magnífico principio para el novillerito y, también, para aquél niño que en el tendido empezaba a familiarizarse con nuestra Fiesta nacional. Grandes figuras del toreo velaron sus primeras armas en esta clase de festejo pues suponía mucho para el torero en ciernes el matar ochenta o más animales en un año, lo que daba oficio y técnica para afrontar superiores empresas, es decir, para dar el salto a novilleros con picadores. Si para muestra basta un botón, digamos que Manolote se inició en la parte seria del espectáculo “Los Califas”, que Rafael Ponce “Rafaelillo” (tío abuelo del actual Enrique Ponce) se inició en el Carrousel de “Llapisera”, donde también empezó, cuando apenas tenía 14 años, un tal Luis Miguel Dominguín. Jaime Marco “El Choni” se inició con “Los Calderones”, José María Manzanares mató sus primeros becerros en la parte seria de El Bombero Torero y Espartaco hizo lo propio con las huestes de El Chino Torero.
1959-Andrés Salas con Arévalo y sus hijos, Pepe Luis, fallecido en plena juventud, y Paquito, actual cómico de TV
Como uno está entrando en las plazas de toros desde antes de tener eso
que llamamos uso de razón, por mi mente pasan aquellos espectáculos de mi niñez
en que “El Bombero Torero” nos hacía destornillarnos de risa con sus parodias,
como cuando, ante la tardanza del becerro en salir, el se metía en el toril a
ver que pasaba. A todo esto estallaba dentro de chiqueros una traca estruendosa
y juntos, revueltos, como espantados, salían el becerro y el bueno de Pablo
Celis a todo correr, asustados. Que así se llamaba el Bombero. Andando los años,
durante mi época de Valencia, hice amistad con él y sobre todo, con todos sus
hijos. Eugenio, el mayor, era “El Coyote” y luego, cuando Pablo murió se puso
el traje de bombero. Otros dos hijos, Pablo y Rafa, fueron respectivamente,
peón de brega y picador en cuadrillas de postín. Luego venía el menor, Manolín,
de mi edad y amigo mío siempre, desde aquellos
lejanos años. Manolín era un atleta espectacular. Daba unos saltos tremendos
por encima de los bichos, de cabeza a rabo y, años mas tarde, sucedió a su
hermano Eugenio en lo de ponerse el traje de bombero. Manolín compaginaba este
trabajo con la dirección de una fábrica de confección que tiene. Hoy son sus
sobrinos los que siguen luchando denodadamente por mantener a flote un
espectáculo que está cayendo en desuso. Los niños de hoy, desgraciadamente, han
perdido ingenuidad. Las nuevas tecnologías, tan a su alcance, les ha hecho ser
más exigentes con sus diversiones. Quedan ya muy lejos los días en que “El
Bombero Torero y sus ocho enanitos” abarrotaban los cosos.
Rafael Dutrús Llapisera fue el creador de este tipo de espectáculos
allá por los años 1.915-1.916. Llapisera, Charlot y su Botones calaron pronto
en el público infantil. Introdujo también una banda de música que daba un
pequeño concierto y, luego, amenizaba la lidia del becerro en el mismo ruedo,
sorteando las embestidas de las reses entre nota y nota. Así surgió la banda
“El Empastre” de Catarroja, que paseó el nombre del pueblo valenciano por
España, Francia y América.
Francisco Rodríguez Arévalo con Cantinflas
A Llapisera lo
conocí cuando ya estaba retirado. Lo recuerdo, sentado a la puerta de las
oficinas de la Plaza de Valencia, con D. José Alegre, con quien llevó varios
años la plaza de Alicante y la de Játiva. Muy seco de carácter, costaba trabajo
imaginarlo haciendo reír a la gente. Pero así era y, es más, dicen que él fue
el creador de muchos lances (manoletinas, chicuelitas, etc. etc.) que el daba
como de broma y que, luego, muchos diestros lo adaptaron a su toreo en serio,
porque, en realidad, debajo del disfraz ridículo con que pretendían hacer reír
había un torero de una pieza, pues de lo contrario no le hubieran podido hacer
a las reses aquellas cosas que le hacían.
Llapisera era empresario del espectáculo Carrusel Taurino y tenía como
figura principal del mismo a Francisco Rodríguez Arévalo, el mejor cómico de
cuantos vi. Conocí a éste por
entonces, mediada la década de los cincuenta, en aquel ruedo valenciano donde
cada mañana se reunían, a entrenar, los profesionales del toro en todas sus
vertientes y categorías. Pronto me di cuenta que era uno de esos seres que vale
la pena de conocer. Siempre optimista, vital, en cuanto te veía te contaba dos
o tres chistes rápidos para arrancarte una risa. Hacía perfectamente las
imitaciones de Cantinflas y Charlot, que eran sus grandes ídolos, sus grandes
admiraciones. Los niños, principales espectadores de aquellos eventos, lo
adoraban y, cuando lo reconocían por la calle siempre se acercaban a saludarlo.
Esto a Paco lo llenaba de satisfacción pues él se desvivía por ese público infantil.
Charlot y el Guardia torero |
Arévalo siguió en el espectáculo hasta que la edad lo obligó a retirarse, pero todavía, a sus 89 años, acude diariamente al gimnasio, en Valencia, donde vive. Y también, cuando hablamos por teléfono, irremediablemente, me cuenta dos o tres chistes. “Estos, me dice, se los tengo que contar a mi Paquito para que los diga en la tele”. (Su Paquito, es el popular cómico de TV). Y me recuerda, también, aquella noche en Zaragoza, año 1.960, cuando yo vivía allí, en el Hotel Oriente, y me llaman de recepción, con voz de asombro, diciéndome la recepcionista que en el hall me esperaban dos señores y ocho enanos. Cuando bajé vi que no solo estaba asombrada la recepcionista, sino también, los huéspedes que por allí habían. En efecto ahí estaban los pequeños, como siempre los nombraba, con gran cariño y respeto Manolín Celis, acompañados de él mismo y de mi entrañable Arévalo. Iban de paso para Tauste, donde actuaban al día siguiente en las fiestas patronales. Fue una noche agradable. Los pequeños despertaron la curiosidad y las simpatías de los maños en nuestro recorrido por el popular Tubo de zaragozano, emporio de buenos bares, buen cariñena y buenas viandas.
No quisiera terminar sin traer aquí el recuerdo de Don Quien, de El
Cochero Torero, padre del torero El Suso, de Tin-Tan, de Romper Torero... Un
largo etcétera, de gente buena, modesta, que llenaban a los niños de risas y
que, burla burlando, le hacían un gran bien a nuestra Fiesta Nacional.
Dr. D.
Andrés Salas Moreno.
Magnífico documento de nuestro recordado y querido Dtor Andres Salas
ResponderEliminarAdmirado Sr. Arévalo: Le agradezco el comentario al artículo de nuestro recordado Dr. Salas. Tuve el honor de ser uno de sus mejores amigos durante más de veinte años. Con él tomábamos los sábados nuestro aperitivo, que en su ausencia podrá imaginar el vacío que siento. El Blog en el que publicó todo ello se lo hice y mantuve yo, y sé, por sus muchos comentarios lo muchos que os quería a toda la familia Arévalo. Era verdadera admiración la que os guardaba siempre. Estoy intentando, con su hijo, recopilar lo muchísimo que tenía escrito para publicarlo, asunto que le comunicaré de producirse. Le envío un fuerte abrazo y el afecto que él supo inculcarme hacia Vd. Plácido González, puede ver mi perfil en www.losmitosdeltoro.com
Eliminar