lunes, 19 de agosto de 2013

ROCIO JURADO

La Gran ROCIO JURADO
 
¡Ay, Rocío!, que uno nunca hubiera querido escribir estas letras de luto, aunque lo presentía desde aquella mañana del uno de agosto de hace dos años, cuando Eugenio, tu cuñado, me contaba por teléfono que la operación había durado nueve horas y supuse, al fin médico, que aquello no podía ser una simple obstrucción de vías biliares, como se pensó en un principio, que aquello era mucho más, con fecha de caducidad a corto plazo. Tu fuerza de voluntad, tu casta, la quimioterapia más avanzada, hizo que contra viento y marea, Paloma brava siempre, duraras un poquito más de lo habitual en un cáncer de páncreas. La voz de tu Jose, bien desde Houston, bien desde la Moraleja, cuando lo llamaba inquiriendo noticias, me llegaba unas veces animada, con un puntito de optimismo, otras totalmente abatida, fiel reflejo de los altibajos de la enfermedad. Así hasta el final.(18, septiembre, 1946 - 1, junio, 2006)  

Hoy, Rocío, yo quiero recordar aquí a la persona que no todos conocen. A la artista s´, pues tus grabaciones, tus videos, aquí quedan para recordatorio perpetuo de ésta y otras generaciones que vengan después y vean que como tú, ninguna. Que por algo has sido siempre La Más Grande. Hoy quiero recordar aquí, tu bondad, tu extremada sencillez, tu simpatía natural y quiero evocar la noche que te conocí. Unos meses antes, tu marido, allá en Hierbabuena, ante tu ausencia, me hizo el honor de que fuese yo el que ocupase tu puesto en el tentadero y levantara acta del juego de las becerras, por cuyas venas corre la sangre ilustre de Pedradas y Jandilla. Uno, que todavía le queda lago de torista, se entusiasmó con el juego ante el caballo y la forma de querer coger la muleta de las reses de procedencia pedrajeña y las puntuó con más alta nota que a las bondadosas jandillas. Rocío, que había leído esas notas que ya van unidas para siempre al historial de cada vaca, me reprochó cariñosamente mi preferencia pues las suyas se inclinaban más hacia las reses compradas a Borja Domécq. Discutimos cordialmente nuestros puntos de vista y quedamos tan amigos.

A la mañana siguiente en El Almudí, se presentaba un libro sobre la trayectoria de José Ortega Cano, cuyos beneficios por su venta irían a parar a la Lucha  contra el Cáncer. Terminado el acto os rodeaban autoridades y personas de fuste. Yo, que nada pintaba allí, me alejé del grupo y me fui a un rincón. Me viste y te fuiste hacia mi, a hacerme compañía, con una sonrisa y un “¿Qué haces ahí solo, arma mía?”.
 
Nos fuimos luego al Club Taurino, allí estaba Julio Robles, el torero truncado en plena sazón de arte y personalidad. Te faltó tiempo para cogerle las manos y llevártelas a los labios, te faltó tiempo para ayudarle, empujando tú misma su carrito de tetrapléjico.


Años después Jose vino a nuestros Aperitivos Taurinos. Lo presenté, quizás con torpeza pero sí con el cariño que él se merece. Horas después nos vimos en el Patio de Caballos de nuestra Plaza de Toros. Llegabais de comer con Miguel Ángel Cámara. Nada más verme te fuiste hacia mí para decirme que Jose le había dicho lo mucho que le gustó mi presentación y que ella se había quedado con las ganas de ir al Club Taurino. Y con una graciosa espontaneidad  añadiste “Pero hijo, yo venía de Madrid con unos pelos horribles, y no me podía presentar allí de cualquier forma” y a continuación te fuiste a la conserjería, a que tu amiga Luisa, -la esposa de Benito- te diese un cafetito que te apetecía tomar antes de empezar la corrida.
En fin, más recuerdos se agolpan en mi mente, pero creo que basta con estos para que os deis cuenta, una vez mas, de la bondad u sencillez de los verdaderamente grandes.
  


  Dr. D. Andrés Salas Moreno.

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