domingo, 18 de agosto de 2013

Un personaje: "EL VITO"

 
El personaje: Julio Pérez "VITO"

Lo ves venir desde lejos, erguido, que no soberbio, y no hace falta ser muy adivino para tener la certeza que el que viene braceando a compás, impecablemente vestido, rezumando elegancia natural, es torero por los cuatro puntos cardinales. Esto es algo que no se puede disimular, que va innato con la persona. Es más, tendría que venir vestido de buzo (pongamos como ejemplo de envoltura antiestética) y seguiría pareciendo torero. Con mayúsculas. Se trata, y hora es ya de decirlo, de Julio Pérez Herrera, más conocido por “El Vito”. Nadie diría que hace 77 años que vino al mundo porque aún lo ves capaz de coger un par de banderillas e irse andandito, andandito hacia el toro; una carrerita en el momento justo y sacar los palos desde abajo, dejarlos en todo lo alto y salir despacio, sin prisas, que las prisas ya sabemos para quienes son. Hoy lo veo eufórico, como casi siempre, camino de una cita con la Televisión Francesa, que le va a hacer una entrevista para aquel país, donde tantas pruebas dejó de su arte, que hasta llegó a torear en París hace más de medio siglo con Conchita Cintrón y Ángel Luis Bienvenida. Luego, a la hora del café, me diría, lleno de infantil alegría: “¡Qué reportaje más bonito me han hecho, con la Maestranza y el Guadalquivir como fondo!”.
El VITO con el Dr. Salas
Como uno lleva mucho tiempo viviendo, lo más cerca posible, del fabuloso mundo de la Tauromaquia, siempre ha procurado saber la historia de sus protagonistas. Así, y porque mi padre me lo contó, supe que el progenitor de Julio, Manuel Pérez “Vito” fue un estimable novillero de principios del siglo XX, que toreó precisamente en aquella novillada benéfica de Valencia, formando cartel con Angelillo, Daudet y Fernando Gómez “Gallito IV”, el hermano de Rafael y José. Novillada ésta que fue famosa porque en ella, el director de la banda Municipal de Valencia, el Maestro Lope, escribió, para la ocasión, cuatro monumentales pasodobles, uno a cada novillero, que hoy, a más de un siglo de distancia, todavía siguen alegrando las plazas de toros, poniéndole fondo a ese maravilloso momento en que un toro quiere coger la muleta y el matador lo lleva una y otra vez en un alarde de temple y arte. “Cuando muleta y toro van al mismo son”, que canta la sin igual Rocío.
Quizás el pasodoble que más suena sea el de Gallito, que ya quedó como el himno de tan gloriosa dinastía. Pero el del Vito también se escucha con frecuencia y en más de una ocasión habrá acompañado las faenas del Julio de nuestros días cuando empuñaba muleta y estoque. O quizás, también, para ponerle glorioso colofón al tercio de banderillas, como aquella tarde, cuando ya vestía de plata, en la Feria de Abril sevillana y el toro, iniciado ya el viaje, le hizo un extraño y él aguantó impávido y, jugándose el tipo, clavó un par colosal que puso a la Maestranza en pié y la música rompió a tocar en su honor. Me cuenta que su matador Jaime Ostos -Jaime, Corazón de León, le decía, con toda justicia, un crítico de la época-, todo pundonor, todo hombría, quizás celosillo de aquella ovación, le brindó el toro diciéndole: “Si tú tienes dos coj..., yo tengo cuatro”. A lo que Julio contestó: “Eso, díselo al toro”. Y vaya que se lo dijo, que le cortó la oreja a un toro que no era de oreja. Otros tiempos. Otros hombres.
Alternativa con Arruza y El Choni
No tiene Julio el resentimiento, tan frecuente, en los que no han llegado al sitio que creían merecer. Porque nuestro hombre tuvo una brillantísima carrera de novillero que le desembocó, con grandes expectativas, en una alternativa de lujo. El 1 de Septiembre de 1.946, en Valencia, con santacolomas de Felipe Bartolomé y teniendo de padrino a Carlos Arruza y de testigo a Jaime Marco “El Choni”. Uno, cuando apenas contaba 14 años, tuvo la fortuna de verle torear dos días seguidos. La primera vez fue, en Cartagena, el Sábado de Gloria de 1.947, el día más taurino, por aquel entonces, en la ciudad hermana. Con toros de Miura hicieron el paseíllo Manuel Álvarez “Andaluz”, Lorenzo Pascual “Belmonteño”, un torero zamorano, que duró poco y Julio Pérez “Vito”. La otra actuación, al día siguiente, en Murcia. Domingo de Resurrección. Seis toros de Clairac, para Pepe Dominguín, que sustituía a su hermano Luis Miguel, Pepín Martín Vázquez y el Vito. En mi memoria quedó la luminosidad de su estilo, su alegría torera y aquellos pares de banderillas que no han tenido parangón.   

¿Qué pasó para que Julio no llegara arriba?. Pues a mi ver pasó, que en Octubre siguiente a la alternativa, en la Feria de Jaén, un tremendo cornalón le partió el muslo.
Y que, nada más comenzar la temporada del 47, en la feria de Abril de su Sevilla otro toro lo metió en la cama con otra cornada gravísima. Tiempo aquel en que, al no estar todavía muy generalizado el uso de los antibióticos, no ser éstos del amplio espectro de hoy, las heridas tardaban más en cicatrizar, las curas terribles y, quieras que no, todo eso te hacía perder un sitio que era difícil recuperar. Julio aguantó dignamente unos años, pero al final optó por ponerse el traje de plata y ahí si que alcanzó una cumbre a la que nadie ha llegado. Un rey con el capote de brega en las manos. Un rey de reyes con las banderillas, que hoy todavía sigue siendo una referencia, un modelo a quien seguir, aunque su estilo y sus maneras han sido incopiables. Su secreto se irá con él.
     Con el Litri y con Jaime Ostos transcurrió la mayor parte de su carrera, y sin quererlo adquirió tal protagonismo que todos los aficionados estábamos deseando verle coger los palos. Un espectáculo. Se iba hacia el toro despacito, sin prisas, gustándose, una carrerita para ganarle la acción al toro y el par que sale desde abajo para clavarse en todo lo alto y un salir de la suerte tranquilo, sonriente, como si no hubiese pasado nada. Y una plaza que estallaba en una ovación cerrada. Un espectáculo.
     El complemento de Julio era Luisito González. Un torero lleno de casta, de estilo diferente, pero que no quería que le ganasen la pelea. Era un gozo ver aquellos tercios de banderillas.
El VITO, primero por la derecha
 Todavía joven, Julio colgó el traje de luces. Pero siguió junto al toro. Puede ser que hoy sea el mejor veedor. En su cabeza están todos los toros de todas las ganaderías, a las que se conoce al dedillo. Por suerte, Ángel Bernal lo tiene como su hombre de confianza en Andalucía y el Vito es quien elige los toros que luego, con el visto bueno del empresario, han de lidiarse en Murcia. Y a fé que aciertan y a los resultados me remito. Luego, cuando por San Miguel, en los últimos días de Septiembre, va uno por Sevilla, los aficionados de allí preguntan: “¿pero qué pasa en Murcia, que embiste tanto toro?”. Uno cuenta el buen juego que ha dado tal o cual corrida y Julio, que no está muy lejos, saca pecho y sonríe con sano orgullo.
El VITO con su amigo el Litri
Alguna vez, en día de corrida, tras tomar café, hemos emprendido juntos el camino que va desde la calle Reyes Católicos hasta la de Adriano. Por Pastor y Landero adelante el camino se hace eterno, pues aunque uno es de andar lento y dificultoso aún ha de esperar a Julio, que me lo van parando por todas partes, que de cada esquina le salen abrazos y muestras de admiración hacia su persona. Como el hombre es amable y sencillo, para todos tiene una sonrisa, una frase de agradecimiento. “¿Lo ves, mi arma?- te dice- no puedo salir a la calle”. Luego, al llegar a la altura de la Puerta del Príncipe, ya es imposible dar un paso con él y tienes que dejarlo, porque si no llegas tarde a tu localidad. En fin, ese es El Vito. UN TORERO. UN HOMBRE. Con mayúsculas.

ANDRES SALAS MORENO

 


Andrés Salas Moreno.

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