domingo, 25 de agosto de 2013

DE CUANDO SE PUSIERON DE MODA LAS CORRIDAS GOYESCAS

   
GOYA, de Vicente López
  Pues señor, que corría el año 1929 y acababa de cumplirse el centenario de la muerte en Burdeos (Francia) del pintor Francisco de Goya y Lucientes, aragonés de pro, nacido en Fuendetodos (Zaragoza) en 1746, cuando un avispado empresario cayó en la idea de homenajear al genial artista maño con la celebración de corridas de toros en las que el vestuario de los toreros, el adorno de los cosos, el “atrezzo”, en suma, recordara la época del homenajeado.
  
Llapisera, Charlot y el botones  Colomer
   El empresario no era otro que Eduardo Pagés, el fundador de la empresa Pagés, que aún subsiste en manos de sus herederos y que, actualmente rigen los destinos de la maestranza sevillana. Fue un singular personaje que irrumpió en el Planeta de los Toros apoderando a aquella cuadrilla cómica que formaban Llapisera, Charlot y sus botones, auténticos creadores de las charlotadas, verdaderos pioneros de esta especialidad taurina que tanto auge tuvo hasta que las leyes “humanitarias” casi los cercenaron. Pagés los llevó admirablemente, hasta el punto que no había feria en que no actuaran para regocijo de grandes y chicos, que así, poco a poco, se acostumbraban a ir a una plaza de toros.
     Pronto derivó D. Eduardo a labores más importantes. Enseguida se hizo empresario y, en 1925 logró sacar de su retiro de cuatro años a Juan Belmonte firmándole una exclusiva de cuarenta corridas por un total de un millón de pesetas (veinticinco mil por tarde), cifra astronómica para aquellos tiempos.
    
Juan Belmonte
Pero volvamos a las corridas goyescas. El emprendedor empresario entre las muchas plazas que regentó estuvo la de Murcia, cuya feria de 1929 organizó, y para darle mayor atractivo a la programación quiso que aquí se celebrara una corrida goyesca, que fue de las primeras que se dieron. Así, para el domingo 15 de septiembre se anunciaron ocho toros de Lamamié de Clairac para Marcial, Lalanda, Nicanor Villalta, Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma” y Félix Rodríguez.
     A bombo y platillo se anunció que la plaza estaría adornada con tapices traídos exprofesamente de la Real Fábrica,, que habría, antes del paseíllo, desfile de calesas con majas y chisperos, así que el público entusiasmado abarrotó gradas y tendidos, seguros de que iban a presenciar un gran acontecimiento.
      Pero, ¡ay!, que del dicho al hecho va mucho trecho. Tanto es así que la crónica de “El Liberal”, que firmaba D. Diquela, se titulaba “Los frescos de Goya”, y no se refería precisamente a las maravillosas pinturas que adornan los techos de algunas iglesias decoradas por el inmortal pintor, sino a la frescura de que hicieron gala los organizadores del
Niño de la Palma
evento pues, por lo visto, tanto el adorno de la Plaza como el desfile de majas y chisperos fue una auténtica mamarrachada, como mamarrachada fue, también, la corrida que enviaron los señores Lamamié de Clairac, mansa, esmirriada y con unos cuernos que parecían platanitos. Por si fuera poco Marcial Lalanda estuvo abúlico. Nicanor Villalta tampoco tuvo su día y dos artistas tan grandes como “El Niño de la Palma”, patriarca de la dinastía Ordóñez, y Félix Rodrígueza, el santanderino-valenciano no se sintieron inspirados. El crítico termina diciendo que demasiado bueno fue el público que permitió que los toreros abandonaran el ruedo tranquilamente, cuando lo lógico hubiese sido que, para defenderse de las iras a que se hicieron acreedores, les hubiese tenido que custodiar la guardia civil. En fin, como tantas veces ocurre: A mayor expectación, mayor decepción.
     Menos mal que no todo fue malo, pues el domingo anterior, el clásico 8 de septiembre de toda la vida, se lidiaron toros de Concha y Sierra para Fortuna, que sustituía a Antonio Márquez, Antonio Posada (tío del actual ex matador y crítico taurino) y Manolito Bienvenida, alternativado unos meses antes en Zaragoza, y que se presentaba en nuestra ciudad como matador de toros.
Alternativa de Manolito
Bienvenida, 30 junio 1929
     Al decir de los cronistas, el ganado estuvo magníficamente presentado e hizo una gran pelea en varas. Fortuna y Posada agradaron a la afición y el primogénito del Papa Negro, con 17 años recién cumplidos, armó un alboroto, cortando orejas y rabos y evidenciando que estaba destinado a ser máxima figura del toreo. ¡Lástima que una traidora enfermedad (un linfoma de Hodking) nos lo arrebatara en 1938, en San Sebastián (donde a la sazón vivían), cuando apenas contaba 26 años. ¿A dónde hubiera llegado?. Cuando, de niño, yo le preguntaba a mi buen padre cómo era este  torero, me respondía: “Imagínate la sabiduría y el poderío de Pepe Bienvenida y la finura de Antonio. Todo eso, junto, era Manolo Bienvenida”.
  
Rafaelito Bienvenida
   Para el lunes, día 9, se programó una interesantísima novillada. Cuatro utreros de Manolo Santamaría para Pepito Bienvenida (entonces así se anunciaba el gran Pepote) y Alfredito Corrochano, hijo de D. Gregorio, la mejor pluma taurina que uno ha leído. Cerraba el festejo dos erales de la misma ganadería para Rafaelito Bienvenida, un niño entonces de 12 años, que poseía, también, toda la gracia de esta gloriosa dinastía. Este Rafelito, unos años más tarde, en marzo de 1933, fue asesinado por su apoderado por motivos muy oscuros. Precisamente el triste suceso tuvo lugar en Sevilla, donde vivía la familia Bienvenida, en un piso encima de la Punta de Diamante, popular cafetería, situada en la Avenida de la Constitución, esquina a calle Alemanes, donde está el palacio de los Naranjos de la catedral hispalense. La novillada fue un puro deleite para los que tuvieron la suerte de presenciarla.
Y esta es la historia.
Andrés Salas Moreno
Julio de 2009


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