miércoles, 21 de agosto de 2013

HISTORIAS DE OTROS TIEMPOS

Reverte y su cuadrilla en Jerez de la Frontera en 1898
     En todas las épocas, las máximas figuras del toreo han pretendido imponer su ley e ir más cómodos en cuanto a ganado y compañeros se refiere. Quizá el mismo protagonista ni se entere de ello y sea cosa de la oficiosidad de los apoderados el querer despejar el camino de cualquier cosa que suponga un obstáculo. Rafael Guerra “Guerrita”, una de las mayores cumbres del toreo del siglo XIX, le mataba al Marqués de Saltillo las camadas enteras e utreros y, ya retirado, decía:” Si me dejan los dejo mochos a todos”. El fue el primero que le dijo a los picadores: “Déjalo que enganche, déjalo que romanee”, es decir, que además de con el puyazo, el toro se quebrantara también con el peso del caballo sobre el testuz. Pero el mayor abuso del Guerra, la demostración de su tiranía, es que no admitía el sorteo con los compañeros.
Desde el campo ya venían reseñados para él los toros de mejor nota. Eran, pues, los ganaderos los que decían en qué orden habían de salir de toriles. Pero hete aquí que un torero de leyenda, Antonio Jiménez “Reverte”, aquel que andaba en coplas que decían:
                                             La novia de Reverte
                                             Tiene un pañuelo
                                             Con cuatro picadores
                                             Reverte en medio.
                                             ¡Qué maravilla!
                                             Y un letrero que dice
                                             ¡Viva Sevilla!.   
                          
  
Antonio Reverte, La Lidia 1892-Novbre-21
   Y otro torero, D. Luis Mazzantini, hombre singular que vestía levita y chistera cuando todos los coletudos iban con chaquetilla corta y sombrero cordobés, le plantaron cara al todopoderoso Guerra negándose a torear si no había sorteo. No cejaba Guerrita, muy pagado de su primacía, hasta que un día, en la puerta de cuadrillas le dijo Reverte: “Maestro, esta tarde va a matar los tres toros bonitos que vienen para usted y los tres feos que vienen para mí, porque me voy a dejar coger en el primero”. “Qé dices”. “Lo que usted oye”. Y se dejó coger y tuvo que matar Rafael los seis toros.
     No es que D. Luis Mazzantini llegara a esos extremos, pero puestas así las cosas no tuvo más remedio el cordobés que ceder y ya se implantó el sorteo definitivamente. Pero el mal ya estaba hecho y estos abusos se volvieron contra el Guerra mostrándose los públicos muy intransigentes con él. Sobre todo los madrileños que le llevaron a proferir su famosa frase: “En Madrid que “atoree” S. Isidro” con lo que, al decir de Corrochano, metió irreverentemente al Santo Labrador en el abono de Madrid. 
     Y ya que hemos citado a D. Luis Mazzantini, digamos unas palabras de él. Nacido en un pueblo de S. Sebastián, Eibar, y criado en Italia volvió a España cuando tenía 15 años formando parte, en calidad de paje, del séquito del Rey Amadeo de Saboya. Más adelante opositó al cuerpo de ferrocarriles y estando de Jefe de Estación en un pueblo de Toledo se organizó una becerrada gremial, que por aquel entonces eran muy frecuentes. Medio en serio, medio en broma, salió el buen hombre a torear y, a la hora de matar, le propinó una soberbia estocada al becerrote, lo que le supuso un gran éxito.
     Aquello hizo mella en su ánimo. Encontró muy fácil lo de manejar la espada, cualidad que en aquella época bastaba para que un torero pudiera funcionar y pensó que si se dedicaba al toro, indudablemente, ganaría más dinero que dándole salida a los trenes. Así que, ni corto ni perezoso, se lanzó a los ruedos.
La elegancia de Mazzantini
     Tras una rápida carrera de novillero tomó la alternativa, en Sevilla, el domingo de resurrección del año 1.884. Cuentan que la noche antes se paseó por la calle Sierpes vestido como en él era habitual, de levita y chistera, ante la mirada guasona de los sevillanos que no daban crédito a lo que veían. En aquellos tiempos de flamenquería resultaba un ejemplar muy raro.
     Pero al día siguiente, cuando vieron como mataba a sus toros de sendos volapiés hasta la bola, sin desmerecer para nada de las que en la misma corrida dio Frascuelo, padrino de la alternativa, se acercaban al eibarrés para decirle: “Chóquela amigo, que es usted un tío”.
     Naturalmente, hombre de educación exquisita y de gran cultura, se despegaba mucho de sus compañeros que le miraban como si fuera un extraterrestre. Sin embargo tuvieron que rendirse a su amistad. Más instruido que ellos, los aconsejó mucho y bien a la hora de firmar contratos pues, incultos por lo general, a veces se aprovechaban de ello algún empresario que otro. 
     Para prueba de su educación y de la falta de ella de sus colegas, ahí va un ejemplo. Actuando con el Guerra obtuvo éste un triunfo clamoroso. Al siguiente toro, al ir a coger los trastos de matar, le dice D. Luis al cordobés con toda amabilidad: “Rafael ¿sería usted tan amable de dejarme la muleta con la que ha toreado a su toro, a ver si soy capaz de hacer lo mismo?”. “Bueno, dijo Guerrita, tómela usted, pero lo que yo he hecho no es usted capaz de hacerlo aunque se acueste en la cama de Lagartijo”.
     Mazzantini, una vez retirado, se dedicó a la política llegando a ser Gobernador Civil de Guadalajara.
     Cuenta César Jalón “Clarito” en sus memorias, que estando con D. Luis en una cafetería, vieron pasar a Joaquín Menchero “El Alfombrista” así llamado por el negocio que tenía en la madrileña Carrera de San Jerónimo y que era un aficionado grandioso, íntimo amigo de Joselito y, más que eso, como un segundo padre, cuando comentó Mazzantini: “Ahí va El Alfombrista, tan serio, tan formal. ¡Si usted lo hubiera conocido en sus años mozos…!. Era el tormento de los toreros con aquel vozarrón, protestando en el tendido ante el menor fallo que teníamos. Recuerdo que una tarde, en quites, me dio el toro un revolcón, rompiéndome la taleguilla por la parte posterior. Entonces era un deshonor mirarse una a ver si iba herido. Como tocaban a banderillas y yo tenía que estar detrás del banderillero me dije: “Como la gente está distraída con el banderillero ahora me toco a ver si estoy herido”. Así que empiezo a bajar la mano con disimulo y cuando ésta llegaba a donde la espalda pierde su nombre suena en la Plaza el vozarrón de D. Joaquín diciendo: “D. Luis. ¿Quiere usted papel higiénico?”.
Guerrita
     Volvamos al Guerra. Cuando se retira del toreo en la Feria del Pilar del año 1.899 dice su famosa frase: “Después de mí… “naide” y después de “naide”…Fuentes”. Es, pues, la generación de los “naide”, que perviven en el toreo hasta el advenimiento de Joselito y Belmonte. Las cabezas visibles, en estas temporadas son Bombita y Machaquito, que reunían todas las condiciones para entrar en competencia por lo opuesto de sus estilos. Muy fino, muy dominador Ricardo y de un valor espeluznante Rafael, fenomenal estoqueador que inspiró a Mariano Benlliure su famosa obra escultórica “La estocada de la tarde” y hombre que se dejaba la pechera de la camisa en los pitones en ese trágico cruce con la muleta en el momento cumbre de entrar a matar.                
     Pero las competencias las tiene que hacer el público, no los despachos. Veían torear con mucho agrado a la pareja, pero sin tomar partido por ninguno.
     Como eran los que más toreaban, eran, también, los que más corridas de Miura mataban, ya que estos toros eran imprescindibles en todas las ferias de postín y las figuras tenían el ineludible deber de torearlos. (Como veis, los tiempos han cambiado un poco). La ganadería de D. Eduardo tenía un cartel enorme casi desde su fundación en 1.842, basado sobre todo en su fiereza y en haber vestido de luto varias familias.
Ricardo Torres Bombita
     Sucedió entonces, que los matadores, capitaneados por Bomba y Machaco firmaron un escrito dirigido a las Empresas en el que manifestaban que como los toros de Miura daban el doble de trabajo que los demás, cuando se torease ganado de esa divisa los honorarios debían de ser más elevados. Empresa, ganadero y público pusieron el grito en el cielo, dando origen al llamado “Pleito de los Miuras”. A pesar de que en el escrito se hacía saber que ese superávit no era para beneficio propio sino para incrementar los fondos de la fundación que ya le bullía en la cabeza a Ricardo Torres “Bombita”, la creación del Montepío de Toreros, el sevillano y el cordobés fueron castigados de modo severo no siendo contratados para el abono de Madrid y teniéndose que refugiar en provincias.
     Aprovecharon la ocasión para salir del ostracismo toreros como Vicente Pastor y, Rafael el Gallo y meter la cabeza en la temporada madrileña pues por aquel entonces no se podía ser figura del toreo sin torear en Madrid.
    
Machaquito
A los dos años de andar por provincias Bombita y Machaquita depusieron su actitud y decidieron volver al abono de Madrid. Para reconciliarse con todos decidieron reaparecer con una corrida de Miura. No se blandeó el corazón del ganadero por este gesto pues envió una corrida tan de su gusto y tan de su casa que en la brega con uno de sus toros a Bombita se le partió el tendón de Aquiles. Tenía razón el torero. Los toros de Miura daban doble de trabajo.
     En fin, otros hombres y oros tiempos.

                                                                                               
Dr.D. Andrés Salas Moreno

                                                                                                Octubre 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario