Manolete, F.Rivera y Niño del Barrio |
Niño del Barrio |
Yo miraba, desde mi niñez, con profunda
admiración a aquel hombre pequeño, enjuto, que por la tarde iba a matar a
aquellos tremendos animales. Por mi padre sabía que la primera vez que me asomé
a una Plaza de Toros fue en Orihuela, con tan solo dos años de edad, en Agosto
de 1.934 y que aquel día toreaba el Niño del Barrio, con un novillero que tenía
un extraño nombre y un bonito apodo, Silvino Zanón “Niño de la Estrella” y que
completaba el cartel un tal Raimundo Serrano. Me lo contó tantas veces que el
cartel no se me podía olvidar. Es posible que en su ir y venir, asomándose a
las troneras para mejor ver los novillos, Pepe Vera, con aquella sonrisa triste
que tenía, acariciara la cabeza de aquel niño y es seguro que, este, se pondría
así de orgulloso.
Luego,
a la tarde, el ilusionado ir a la Plaza en una de aquellas galeras, quizás la
del Tranquilo, calle de la Gloria o calle Simón García adelante, con el alegre
tintinear de los cascabeles que adornaban la cabalgadura, entre el río de gente
que se encaminaba al coso. El cuadro se completaba con los alegres sones del
pasodoble de la Banda de Música de la Misericordia, que dirigía el Maestro
Escribano y que iniciaba su pasacalle desde el Bar Rhin, precedidos por el que
portaba el vistoso cartel del festejo y que de esta guisa llegaban hasta el
interior de la Plaza de Toros. Muchos indecisos, muchos que dudaban en si ir o
no ir a los toros, no podían resistirse a la alegre y españolísima música y,
tras los músicos llegaban al coso.
El
niño que yo era presenciaban el espectáculo con nerviosismo e inquietud. No por
la inexperiencia de los actuantes, que solían ser novilleros muy cuajados, sino
por la movilidad, tan añorada, que tenían aquellas reses, lo que unido al
sentido que le daba su edad, más que cumplida, aumentaba el peligro. Eran
tardes en que, como decían los revisteros antiguos, se olía a cloroformo.
Por
aquellos años vi alternar al Niño del barrio con Pedro Barrera, novillero
puntero a punto de alternativa, con el que había cierta competencia, con el
inmenso Pepe Luis Vázquez, estrella fulgurante del escalafón, con el animoso
Paquito Casado, con Gallito, lleno de gracia y “ángel” como corresponde a un
miembro de la dinastía más grandiosa de la Historia del Toreo, con Domingo y
Pepe Dominguín, con Agustín Parra Parrita, discípulo predilecto de Manolete,
con un jovencísimo Luis Miguel que ya asomaba sus garras de fiera y un Rafael
Albaicín, gitano de magnífica estampa, ahijado del pintor Zuloaga, que si
hubiese querido habría dejado en mantillas a todos esos toreros de “pellizco”
que tenemos en la memoria. Con todos ellos competía y triunfaba Pepe Vera, sin
desmerecer jamás, aunque ya estaba de vueltas, ya brincaba los treinta años y
su época había pasado.
¿Y
cual era su época?. Pues su época empezó en 1.930 y, desde el primer momento,
estuvo en los puestos más altos del escalafón sumando cada año cerca de
cuarenta novilladas, cifra muy respetable, y en abierta competencia con toreros
de la categoría de Rafael Ponce “Rafaelillo”, tío-abuelo de Enrique, con Jaime
Pericás, con Enrique Torres, con Lorenzo Garza, con El Soldado (estos dos
últimos luego serían figurones en su México natal), con Venturita... Madrid y
Valencia fueron sus plazas preferidas y hasta tuvo el honor de matar el primer
novillo que se lidió en la actual Plaza de las Ventas el primer año en que, en
dicho coso, se hizo temporada completa pues, inaugurado en 1.931, no se dieron
toros con continuidad hasta 1.935.
Ya
estaba Pepe Vera más que cuajado para la alternativa, pero una cogida
inoportuna, con tremendo golpe en la cabeza contra las tablas, hizo precisa la
trepanación del cráneo y, consiguientemente, una larga convalecencia.
Y
a todo esto, estalla la guerra civil. Adiós alternativa y adiós ilusiones. A
nuestro hombre le cogió en esta zona, donde los festejos eran escasos y sin
transcendencia.
Cuando
todo acabó en 1.939 el toreo era otro. Un cordobés, Manolete, hecho en la
llamada “zona nacional”, había perfeccionado la revolución que Juan Belmonte
inició. Al parar, templar y mandar se le añadió una quietud, un asentar las
zapatillas en la arena, un modo de ligar los pases, que venían a demostrar que
se iniciaba una nueva era en el toreo.
Juan Muñoz y Niño del Barrio |
Aún
en Octubre, en una corrida que se dio a beneficio del Santuario de la
Fuensanta, Pepe se dio el gustazo de hacer el paseíllo junto a Manolete, al que
le brindó un toro, y el mejicano Fermín Rivera. Y no desmereció. Lo mismo que
cuando en 1.946 mata una corrida de Miura con Domingo Ortega y Luis Miguel.
También le vi actuar con Antonio Bienvenida, con Pepín Martín Vázquez y, una
tarde de 1.949, la última como matador, con Parrita y un incipiente Manolo
González, que traía a todo el torero a maltraer, con una sevillanía y un valor
tremendo. Pepe, fiel a su estilo, prodigó hasta el final el recibir a los toros
con su larga cambiada, al hilo de las tablas. Luego, de pie, unas vibrantes
verónicas, muy cargada la suerte. Su quite por chicuelinas, que las bordaba,
sus banderillas de las cortas para iniciar la faena con las rodillas en tierra.
Siempre
que el toro lo permitiera, y entonces los toros lo permitían más, citaba a
recibir con una pureza extraordinaria. Avanzaba un poco la pierna izquierda que
la dejaba quieta, aguantando al toro, que venía hacia ella al mismo tiempo que
se tragaba la espada sin que el torero se moviera. Eso era una estocada
recibiendo; no confundir con las del encuentro. Bien, bien, solo se la vi
ejecutar al Niño, a Pepe Bienvenida y a Rafael Ortega.
Volvió
al Matadero Municipal, a su antiguo empleo, pero quizás el sueldo era escaso y
no tuvo más remedio que, al año siguiente, enrolarse en las filas de los
subalternos. También le vi ese triste debut. Fue en Cieza, en Mayo de 1.950,
formando parte de la cuadrilla de un becerrista murciano llamado Juanito
Sánchez. Más adelante vino el torear en la cuadrilla de Cascales y de cuantos
toreros quisieran sus servicios hasta que en 1.965 dijo adiós definitivo a la
profesión, toreando a las órdenes de un novillero llamado José Saez “El Otro”.
En
mi recuerdo muchos ratos de charla, en la puerta del desaparecido Bar Baviera,
junto al Hotel Victoria. Sabía él que podía haber llegado, pero que la
inoportunidad de la guerra se lo impidió. Sabía que sus méritos le hacían
acreedor de mejor suerte, pero jamás le oí una frase de despecho, de rencor.
Siempre ponderado y ecuánime en sus juicios. Siempre señor.
Enfermó.
Un día de Septiembre de 1.970, al llegar a mi laboratorio de análisis clínicos,
me lo encontré esperándome para que le hiciera las pruebas que le habían
mandado. Mientras se las hacía, con toda la atención y el cariño del mundo, me
emocioné al pensar que, treinta y seis años atrás, yo abría los ojos a esta
Fiesta en una tarde en que toreaba el Niño del barrio.
La
vida tiene estas cosas y a mi me ha dado la satisfacción, en muchas ocasiones,
de ayudar, con mis pobres conocimientos a personas a las que, de niño, admiré
mucho. Como en éste caso.
Pepe
Vera estaba herido de muerte. Pocos días después fallecía en su casa de la carretera
de Algezares.
Aquella
tarde había festejo de feria en el coso de la Condomina y en el minuto de
silencio que se hizo tras el paseíllo, no pude contener el llanto por el
TORERO, así, con mayúsculas, y por el hombre bueno, leal y honrado que acabábamos
de perder.
Andrés Salas Moreno
marzo-abril-2004
Tengo una colección de cartas antiguas del mundo de la Tauro maquia si alguien está interesado ponerse en contacto a través del correo electrónico que está debajo cuando digo muchas digo unas 40 cartas antiguas todas
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