La Gran ROCIO JURADO |
¡Ay, Rocío!, que uno nunca hubiera querido
escribir estas letras de luto, aunque lo presentía desde aquella mañana del uno
de agosto de hace dos años, cuando Eugenio, tu cuñado, me contaba por teléfono
que la operación había durado nueve horas y supuse, al fin médico, que aquello
no podía ser una simple obstrucción de vías biliares, como se pensó en un
principio, que aquello era mucho más, con fecha de caducidad a corto plazo. Tu
fuerza de voluntad, tu casta, la quimioterapia más avanzada, hizo que contra
viento y marea, Paloma brava siempre, duraras un poquito más de lo habitual en
un cáncer de páncreas. La voz de tu Jose, bien desde Houston, bien desde la
Moraleja, cuando lo llamaba inquiriendo noticias, me llegaba unas veces
animada, con un puntito de optimismo, otras totalmente abatida, fiel reflejo de
los altibajos de la enfermedad. Así hasta el final.(18, septiembre, 1946 - 1, junio, 2006)
Hoy, Rocío, yo quiero recordar
aquí a la persona que no todos conocen. A la artista s´, pues tus grabaciones,
tus videos, aquí quedan para recordatorio perpetuo de ésta y otras generaciones
que vengan después y vean que como tú, ninguna. Que por algo has sido siempre La Más Grande. Hoy quiero recordar aquí,
tu bondad, tu extremada sencillez, tu simpatía natural y quiero evocar la noche
que te conocí. Unos meses antes, tu marido, allá en Hierbabuena, ante tu
ausencia, me hizo el honor de que fuese yo el que ocupase tu puesto en el
tentadero y levantara acta del juego de las becerras, por cuyas venas corre la
sangre ilustre de Pedradas y Jandilla. Uno, que todavía le queda lago de
torista, se entusiasmó con el juego ante el caballo y la forma de querer coger
la muleta de las reses de procedencia pedrajeña y las puntuó con más alta nota
que a las bondadosas jandillas. Rocío, que había leído esas notas que ya van
unidas para siempre al historial de cada vaca, me reprochó cariñosamente mi
preferencia pues las suyas se inclinaban más hacia las reses compradas a Borja
Domécq. Discutimos cordialmente nuestros puntos de vista y quedamos tan amigos.
A la mañana siguiente en El
Almudí, se presentaba un libro sobre la trayectoria de José Ortega Cano, cuyos
beneficios por su venta irían a parar a la Lucha contra el Cáncer. Terminado el acto os
rodeaban autoridades y personas de fuste. Yo, que nada pintaba allí, me alejé
del grupo y me fui a un rincón. Me viste y te fuiste hacia mi, a hacerme
compañía, con una sonrisa y un “¿Qué
haces ahí solo, arma mía?”.
Nos fuimos luego al Club
Taurino, allí estaba Julio Robles, el torero truncado en plena sazón de arte y
personalidad. Te faltó tiempo para cogerle las manos y llevártelas a los
labios, te faltó tiempo para ayudarle, empujando tú misma su carrito de
tetrapléjico.
Años después Jose vino a
nuestros Aperitivos Taurinos. Lo presenté, quizás con torpeza pero sí con el
cariño que él se merece. Horas después nos vimos en el Patio de Caballos de
nuestra Plaza de Toros. Llegabais de comer con Miguel Ángel Cámara. Nada más
verme te fuiste hacia mí para decirme que Jose le había dicho lo mucho que le
gustó mi presentación y que ella se había quedado con las ganas de ir al Club
Taurino. Y con una graciosa espontaneidad
añadiste “Pero hijo, yo venía de
Madrid con unos pelos horribles, y no me podía presentar allí de cualquier
forma” y a continuación te fuiste a la conserjería, a que tu amiga Luisa,
-la esposa de Benito- te diese un cafetito que te apetecía tomar antes de
empezar la corrida.
En fin, más recuerdos se agolpan
en mi mente, pero creo que basta con estos para que os deis cuenta, una vez
mas, de la bondad u sencillez de los verdaderamente grandes.
Dr. D.
Andrés Salas Moreno.
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