Corría el año 1915. Estaba a punto de finalizar la segunda
temporada de la más famosa y transcendental competencia de toda la Historia del
Toreo. Joselito y Belmonte tenían
dividida a la afición en dos bandos irreconciliables, que llenaban las plazas
allá donde fueran. Pasión en los ruedos y en los tendidos. Era a finales de
Octubre, quizá la última corrida de la temporada madrileña. Lo que sí es cierto
es que era la última actuación del trianero y que aquella tarde actuaba sin la
compañía del temido rival.
Juan atisbaba por la ventana de la suite
del Hotel Palace, las nubes que surcaban los cielos, deseoso de que se
convirtieran en lluvia, con la secreta esperanza de que, ésta, motivara la
suspensión del festejo. Quizá a esas alturas llevaba más de cien corridas y el
cansancio lógico le hacía desear que todo terminara pronto y lamentaba haber
firmado esa actuación, tan fuera de fecha.
Pero en fin, poco quedaba para que llegara
el ansiado descanso y con ello la práctica de su deporte favorito: el acoso y
derribo a campo abierto, afición que mantuvo hasta el mismo día de su muerte.Joselito el Gallo |
Con Juan compartían aquellos momentos
eternos de la mañana de la corrida, mientras los banderilleros están en el
sorteo, sus amigos de siempre, Valle Inclán, Ramón Pérez de Ayala, Sebastián
Miranda, Julio Camba… . A esto, el teléfono que suena. Desde la Plaza de Toros
le llaman para decirle que la autoridad ha rechazado, por chica, la corrida de
Vicente Martínez, que tenía que estoquear, y que el festejo está suspendido.
Juan recibió la noticia con alborozo y al instante, con los amigos que allí
estaban organiza una comida en la misma habitación del hotel, previa a la cual
ordenan que le sirvan unos mariscos y unas botellas de manzanilla, dando tiempo
a que en los fogones se fuese poniendo a punto una colosal paella.
Y cuando ya
se disponen a comer y la euforia está en su punto álgido, a lo que
contribuiría, me supongo, las botellas de la Guita, que poco a poco iban
vaciándose, he aquí que suena de nuevo el teléfono. Llaman de la Plaza para
decirle que el asunto está arreglado, que después de muchos estiras y aflojas
por parte de la Empresa y representante de los toreros, la cosa está
solucionada gracias al Duque de Veragua, que ha accedido a que se lidie una
corrida suya que está en los Prados de la Empresa, así como el Batán actual,
muy cerca de la capital y que la corrida se va a celebrar. Belmonte dice que de
ninguna manera, que ya se ha hecho el ánimo de no torear y que a las malas
nadie puede obligarle, puesto que el contrato dice que estoqueará toros de
Vicente Martínez. Como no hay toros de Vicente Martínez no hay corrida. El
festejo queda pues definitivamente suspendido.
Juan Belmonte |
Joselito Nazareno de la Macarena |
Comienza el año 1916 y allá por el mes de
Enero la empresa de Castellón viaja a Sevilla a comprar toros y contratar
toreros para la corrida de la Magdalena, que como sabemos suele ser la que abre
el año taurino. Van a la Alameda de Hércules, al palacete en que vive Joselito
con su madre, la “Señá Gabriela”, con objeto de contratar al coloso de Gelves.
Este les pregunta: “¿Han hablado ustedes ya con Juan?”, dando por hecho que el
cartel lo compondrían los dos. Le responden que no, que Belmonte no va a torear
pues está vetado por la Unión de Criadores, que han puesto la siguiente
cláusula en los contratos que se hagan con dicha entidad: “Estos toros no
podrán ser estoqueados por Juan Belmonte.”José, que nada sabe al respecto , se queda perplejo y ruega a los empresarios
que aguarden al día siguiente para firmar el contrato.
Se encamina inmediatamente a la Plaza de
la Encarnación, al domicilio de D. Eduardo Miura presidente, a la sazón, de la
Unión, a exponerle el caso. Le cuenta D. Eduardo, lo que aconteció en Octubre
pasado, que el Duque de Veragua se sintió muy ofendido, entendiendo que se
había hecho un desprecio a sus toros y llevando el caso a la Unión, cuyos
miembros hicieron causa común con el compañero, acordando unánimemente vetar al
trianero.
“Vamos a hablar con Juan” dice José, e
inmediatamente se marchan él y D. Eduardo al Prado de San Sebastián donde
Belmonte, que está cumpliendo sus deberes con la Patria, hace instrucción. Juan
les dice que ignoraba la magnitud del asunto y que si se negó a torear la
corrida fue por las circunstancias que se daban y, en ningún modo, porque los
toros fueran de Veragua, ganadería a la que nunca había hecho ascos.
D. Eduardo Miura |
Y ahí se acabó el veto.
Dr. Andrés Salas Moreno
Septiembre, 2001
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