El Gran Curro Romero |
Dicen que Pedro
Romero, cuando tenía 71 años, estoqueó un toro en honor de Fernando VII, quizás
para agradecerle el que le atendiera en su demanda de dirigir la Escuela de Tauromaquia de
Sevilla, cuya dirección ya había sido otorgada a Jerónimo José Cándido,
nombramiento éste que fue anulado ante los méritos alegados por el viejo torero
de Ronda. Gloriosa escuela aquella de la que salieron, entre otros, Francisco
Montes “Paquiro” y Cúrro Cúchares.
Dicen, y es cosa fácil de comprobar, que
Lagartijo el Grande, aquel Petronio del Toreo, del que contaban que solo verle
hacer el paseíllo ya valía la entrada, tomó la alternativa en la Plaza de Toros de Úbeda en
el año 1.862, permaneciendo en los ruedos, siempre en primerísima figura, hasta
su retirada en 1.893, es decir, treinta y dos temporadas, de las cuales
veinticinco las consumió en feroz competencia con Salvador Sánchez “Frascuelo”,
la más larga y real que registra la
Historia del Toreo. Rivalidad en el ruedo, que en la calle, a
tal extremo llegaba su amistad que Lagartijo se proclamaba el primer frascuelista
a la vez que “Frascuelo” a nadie cedía el honor de ser el mayor lagartijista,
con lo que acallaban a los innumerables aduladores que se acercaban a ellos con
la intención de poner “verde” al rival. “¡Alto ahí!, decía Rafael, que yo soy
frascuelista”. “No siga usted, amigo, argüía Salvador, que yo soy de
Lagartijo”.
Fco. Montes Paquiro |
Lagartijo el Grande |
Esto fue en 1.899. La retirada del
cordobés tuvo lugar seis años antes, dejándole el paso libre a un arrollador
Rafael Guerra “Guerrita”, banderillero que fue de su cuadrilla y alumno
predilecto, como cabe suponer de aquel fandango que dice:
En
lo alto de la sierra,
Córdoba tiene un cortijo,
donde le dio Lagartijo
la
primer lección al Guerra.
Caso único de estar mandando en el Toreo
durante tres décadas.
Cuando estaba a punto de finalizar el siglo
XX terminó su carrera, su insólita carrera (por lo larga y por las
circunstancias), un hombre que ha permanecido, si no en máxima figura, que eso
es otro cantar, sí en un primer plano durante cuarenta y dos temporadas.
Vamos a echar marcha atrás al tiempo. Esos
cuarenta y dos años yo no los podía ni imaginar cuando aquel 18 de marzo de 1.959, a eso de las cuatro
de la tarde, me encaminaba a la Plaza de Toros de Valencia.
Andaba uno en los últimos meses de carrera y, seguro, la mañana la pasaría estudiando.
Digo que esto sería así porque no recuerdo haber ido aquel día a presenciar las
labores del sorteo, enchiqueramiento y demás etcéteras de los que solía ser
testigo habitual, ni haber asistido a continuación y como un rito, a la
enervante mascletá de cada mediodía de la Semana Fallera. Por la
proximidad del fin de curso (junio a la vuelta de la esquina), seguro que la
mañana la pasé hincando los codos para, luego, poder ir a los toros con la
conciencia tranquila.
Salvador S. Frascuelo |
Tomaba la alternativa aquel día un
mocetón, ya talludito, de unos 25 años que debía llegar a la Feria de Sevilla con la
alternativa tomada, puesto que le habían prometido dos corridas de toros. Lo
apoderaba, por aquel entonces, Diego Martínez Vidal, un buen taurino cordobés.
No se acostumbraba, ni es frecuente ahora, las alternativas en la feria
sevillana. Sí en Domingo de Resurrección, pero aquel año ya estaba anunciada la
de Mondeño con Antonio Ordóñez de padrino. Así pues, que el bueno de Diego
suplicaba la alternativa para Curro Romero, que este era el nombre del
novillero en cuestión. La cosa era un poco extraña, pues no se trataba de un
novillero puntero, que es lo que Valencia estaba acostumbrada a doctorar. Allí
habían tomado la alternativa El Choni, Parrita, Julio Pérez Vito, Julio
Aparicio, Litri, Pedrés… es decir, hombres que llegaban al doctorado tras haber
sido los números uno de su escalafón. No era este el caso de Curro, novillero
que llevaba por ahí brujuleando desde 1.954 y que se presentó en La Maestranza en 1.957 y
como de sorpresa, pues lo hizo sustituyendo a Mondeño, y sorpresa fue y de las
gordas.
Y agradable, porque los sevillanos se encontraron con la horma de su
zapato, dicho en el tono más cariñoso. Hacía un toreo de fantasía, sin parecido
con nadie, un toreo que nacía de lo más hondo del alma. Dos orejas cortó aquel
día y, por consiguiente, no tardaron en llegar cuatro repeticiones en las que
ya no hubo tanto éxito, sino detalles, detallitos… como un anuncio de lo que
iba a ser una constante en su carrera.
Cartel de la presentación en Sevilla el 26 de mayo de 1957 |
Aquel éxito inicial, diluido en las
siguientes actuaciones, hizo que su apoderado, Miguel Moreno, un hombre que
adquirió cierta notoriedad porque fue el que lanzó al Chamaco de los
incomprensibles triunfos de Barcelona, se desanimara y lo dejara a un taurino joven
y no supo ver más allá. Quien sí lo vio fue un viejo banderillero de Domingo
Ortega, Juan Robles “Blanquito”, que le habló a Diego Martínez y logró que lo
apoderara.
En 1.958 el torero de Camas no se asomó
por Sevilla. Su debut en Barcelona, plaza trampolín para tantos toreros, se
saldó con un novillo devuelto al corral tras sonar los tres avisos. Solo, al
final de temporada, por Septiembre, torea dos novilladas en Valencia con
resultado positivo. Una vuelta al ruedo en el debut y una oreja en la repetición.
A trancas y barrancas suma unos treinta festejos. Diego piensa que Curro, por
sus hechuras, va a lucir más con el toro, así que se deciden a correr el albur
de la alternativa.
En recuerdo de aquel Mayo del 57 consigue
firmar dos corridas para la feria sevillana, que coincide con el inicio en la
gerencia de un hombre que no es taurino, sino empleado de Banca y que accede a
este cargo por su matrimonio con la hija de Eduardo Pagés, que le ha ganado el
pleito a los maestrantes que se oponían a que, a la muerte del empresario
continuaran sus herederos con la plaza. Catorce años duró el litigio. Estamos
hablando de Diodoro Canorea.
Alternativa de Curro Romero |
Pero volvamos a las Fallas de Valencia.
Aquel año tenían que arrancar sin el concurso de las dos máximas figuras.
Antonio Ordóñez no quería empezar hasta el Domingo de Resurrección en Sevilla y
Luis Miguel no solía hacerlo hasta pasado el mes de Mayo. Así las cosas las
combinaciones tuvieron que hacerse a base de Gregorio Sánchez, Curro Girón,
Jaime Ostos… El cartel de la alternativa lo componían pues, Gregorio Sánchez,
Jaime Ostos y Curro Romero con astados del Conde La Corte. ¿Y qué ocurrió aquel
día?. Nada, absolutamente nada. Escarbando mucho en la memoria puedo decir que
la corrida del Conde, cosa rara, en aquel entonces, no embistió y que el
toricantano solo fue aplaudido en unos lances de capa.
Supe después que a esto le siguió un
fracaso medio regular en Málaga, con dos avisos en cada toro, así que imagino
que, en un jugárselo todo a una carta, hizo el paseíllo en la feria sevillana.
Y allí surgió el milagro, allí es donde expresó, donde hizo realidad aquello
que decía Rafael el gallo:”Torear es tener un misterio que decir… y decirlo”.
¡Y cómo lo dijo aquella tarde Curro!. Fue entonces cuando Sevilla le juró amor
eterno. Y a fé que lo cumplió.
¿Pero dónde encajamos a este Curro?.
Confieso mi impotencia para ello, porque Curro es un torero que, más que verlo
lo he entrevisto. Entre otras cosas, porque en vivo y en directo no lo habré
visto más de doce veces, que pocas veces se asomó el hombre por estos lares, aunque
quiso el destino que su última actuación en traje de luces ocurriera en Murcia,
y de esa docena de veces solo le vi cortar una oreja en Lorca hace ya unos
cuantos años. El resto se hunde en la más tediosa vulgaridad, salpicada con
algún detallito. Así pues, yo tenía que creerme todo lo que me contaban
haciendo un acto de Fe, que Fe, según el catecismo, es creer en lo que no
vimos. Fue después, cuando la
Televisión se generalizó en retransmisiones y reportajes
cuando me fue desvelado el misterio de aquel torero enigmático.
La majestuosidad de Curro |
Aún con ser tan personal, tan genial, el
toreo de Rafael de Paula hemos visto a novilleros por ahí de los que la crítica
ha dicho:”está apaulado”, pero a nadie hemos visto parecerse a Curro. Nadie ha
osado imitarle, que la imitación viene de fuera y el toreo del camero nacía de
dentro, del alma. Un toreo que Curro, al pasar los años fue despojando de todo
lo superfluo y así, en la capa se queda con esa verónica en la que parecía
detener el tiempo, ¡con lo difícil que esto es en un toro de salida!. En la
muleta se queda con la majestad y hondura del ayudado, con la serenidad del
derechazo, con la belleza suprema de su lento pase natural, con esa
trincherilla sin igual, que es castigo enorme para el toro, pero castigo
propinado con guante de seda. Y luego, como un súbito y cegador relámpago, que
nadie se esperaba, ese kirikiki-¡homenaje a Rafael el Gallo!- que eras todo un
monumento de GRACIA y empaque.
Así pues, Curro tiene y no tiene de El
gallo, Chicuelo, Cagancho y Pepe Luis. No tiene, porque es personal y único y,
paradójicamente, tiene porque todo lo puro y bello se funde en el
recuerdo.
Ultimo natural de Curro en la Algaba, Sevilla, el 22 de octubre del 2000. Ese mismo día anunció su retirada definitiva del toreo |
Curro, arte a parte, carece de oficio, es
más, creo que él despreciaba eso que llamamos técnica. Cuando las cosas no eran
de su agrado, la inmensa mayoría de las veces, tiraba por el camino de en
medio, sin decoro alguno. Por menos, a Rafael el gallo le armaban unas broncas
fenomenales. “Er mitin”, que decía el Divino Calvo. Y es más, toros a los que
nadie le había visto el más leve ápice de mala intención, toros en que la gente
ya se relamía presintiendo que se iba a destapar el famoso tarro de las
esencias, veían con estupor cómo les cortaba los viajes, tratando de viciar
unas embestidas nobles para hacer creer que era un barrabás. Y Sevilla
aguantando. En una de esas tardes fue cuando rompió el silencio maestrante
aquella voz estentórea que dijo a voz en grito: ¡Curro, mañana va a venir a
verte torear tu madre… y YO!
No se entendía, pues, Curro, a la luz de
la razón.
Pero todo esto, esta mezcolanza de arte
supremo y técnica marrullera dio lugar a un mito único, un mito en vida. Que es
lo bueno, que hasta entonces los toreros se convertían en mito cuando daban la
vida en la arena. Curro, afortunadamente lo es en vida y se le quiere y se le
venera (y que no suene a herejía) como a un Cristo. Es más, a mi no me hubiera
extrañado que en una de aquellas faenas alguien, José el de la Tomasa u otro cantaor, le
cantase una saeta.
Monumento a Curro Romero junto a la Mestranza de Sevilla |
Pero, ¡desde cuándo es un mito, un
intocable? Yo creo que cuando alcanza esa edad, en las que antes ningún torero
osó vestir el traje de luces. Porque, novio de Sevilla desde joven, como en
todo no viaje hubo sus más o sus menos y cuando la cosa se torcía tenían que
protegerlo las Fuerzas de Orden Público y se llenaba el ruedo de almohadillas y
hasta algunos sevillanos, con evidente mal gusto, le tiraron, por si era
menester el rollo de papel higiénico y el consabido orinal.
En fin, que Sevilla solo tenía romero para
su Curro y cuando pintaban bastos una sonrisa de disculpa. Y un consuelo; “¡Has
visto cómo venía vestío? ¡Qué arte!” El currismo es una religión. Se cree o no
se cree. No analicemos.
Y otra consideración que hará que algunos
se echen las manos a la cabeza. Para torear tan despacio como él lo hacía las
tardes de inspiración hay que tener VALOR con mayúsculas. Desconfiad del valor
de los toreros que torean muy aprisa.
Pero en fin, no nos metamos en honduras y
vamos a dejarlo ahí, aparcado en la memoria de donde nuca se podrá borrar ese empaque,
esa torería y esa forma, tan simple y bella, de entender el toreo. Y todo esto,
mezclado en el recuerdo con los vencejos que sobrevuelan, al atardecer, el
ruedo de la Maestranza ,
con la Giralda
asomándose por encima del tejadillo, con la promesa de que al salir de la Plaza , por donde la Puerta del Príncipe se nos
va a entrar por los ojos uno de los más gratificantes paisajes. El
Guadalquivir, El Puente de Triana, la Calle
Betis , las torres de Santa Ana… Y, naturalmente, un chato de
manzanilla.
Andrés Salas Moreno.
Febrero 2007.
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